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Hay libros que son un viaje, por la capacidad que tienen de llevarte a otros mundos, a otros universos, pero también por el viaje que proponen entre sus páginas y el que regalan a tus neuronas, que acaban girando en espiral intentando dibujar en tu cabeza todo lo que han visto: personajes, lugares, ciudades imposibles, simbiontes, seres habitados… Es el caso de la trilogía de Los ojos bizcos del sol, de Emilio Bueso (Castellón, 1974), que empezó con Transcrepuscular, siguió con Antisolar y ahora llega a su fin con Subsolar.

Ya se ha dicho en otros lugares que esta es una trilogía que busca jugar con un área del género, el sword and planet, para crear un híbrido entre la fantasía épica, la ciencia ficción, la aventura y el biopunk. Pero una cosa es leer los conceptos y otra cosa muy distinta es sumergirse en el mundo que ha pensado Emilio Bueso, original y un poco loco. Se trata de un planeta que está anclado a su estrella, que no rota sobre su eje y que, por lo tanto, tiene tres caras que nunca se mueven, que nunca cambian: una cara marcada por el sol, es decir, un desierto achicharrante; otra parte que habita en una noche aterradoramente helada, y la tercera, que es la región ecuatorial, en la que hay día y noche. En cada una de ellas el autor plantea distintas maneras de vivir, diferentes formas de distribución social y de poder, y también sutiles diferencias en los sistemas de creencias (templos, logias, hierofantes, misiones y otros lugares, sacerdotes e ideas, que son una forma de recordarnos la necesidad humana de creer que se tiene la verdad por encima de los otros).

Se trata de un mundo en el que los seres humanos conviven en simbiosis con organismos adheridos al cuerpo, una unión que amplía los sentidos humanos; una unión que también permite que se apoderen y penetren literalmente en ellos. Es una unión que puede ser sutil o brutal, a base de apéndices y tentáculos que van mucho más allá de la piel, que se convierten en parte integrante del cuerpo, que lo habitan. También es un mundo donde los seres humanos vuelan montados sobre libélulas y serpientes voladoras y en el que pueden cabalgar escarabajos acorazados; donde hay babosas traductoras, caracoles telépatas y muchos otros seres que irán apareciendo para crear un universo visual extraño y fascinante. Es un lugar en el que palpita el recuerdo de los Antiguos y sus artilugios, donde se mide el tiempo en horas caracol… En medio de la locura que supone un mundo como el que imagina Bueso, planean algunas preguntas que uno puede cazar al vuelo, si quiere, y puede intentar responder entre estas páginas. Porque sí, hay acción, un ritmo frenético en algunos momentos, pero entre los diálogos y los párrafos encontramos pequeñas reflexiones sobre la forma en que se comportan las culturas y sociedades, buscando su prevalencia, imponiéndose sobre los demás, discriminando a los otros, a los diferentes, a los que no se someten o aceptan nuestra manera de ver el mundo. En nuestra individualidad humana buscamos lo único, pero ¿lo somos? ¿Vivimos aislados, sin ningún tipo de simbiosis, sin ningún tipo de dependencia hacia otros seres o hacia otras creaciones? Si fuera necesario, ¿renunciaríamos a esa individualidad única a la que nos aferramos? ¿Pueden converger, integrarse y convivir diferentes especies en condiciones de igualdad o siempre habrá una que quiera someter a la otra?

Entre sus páginas encontramos naturaleza y tecnología, referencias a una cultura que reconocemos como propia en nombres y comportamientos, pero que después bebe de otras historias y otros conceptos que se nos escapan. La superioridad y la dependencia, la necesidad de gobernar, de dominar o de destruir se entremezclan con la trama que avanza a buen ritmo a través de los tres libros sin dar tregua a aquel que decida adentrarse en ellos.

Con Transcrepuscular, nos presentó este mundo y sus personajes, un grupo completamente dispar que se ve obligado a emprender un viaje para recuperar una reliquia robada por un ser que nunca han visto y que consigue ir más allá del Agujero del Mundo. Un grupo que va sumando elementos a media que avanzan los libros y que tiene en sus miembros uno de los puntos fuertes de la trilogía. Ninguno encaja, podrían matarse en cualquier momento, pero encuentran la manera de funcionar. En un principio tenemos a un aguacil que se ve arrastrado a un viaje que no ha buscado, pero que decide emprender con todo lo que tiene (y lo que no tiene o tendrá después); una regidora un tanto soberbia; un anciano astrólogo que es más de lo que aparenta, y un bandolero que habla a través de un títere o un Trapo parlante y faltón que se acopla a su amo para poder pasárselo en grande y soltar de vez en cuando un «putamente» maravilloso.

Y viajan y luchan. Hay duelos, tiros, ostias, picos, espadas, insultos, momentos con un toque de horror, sobre todo cuando describe algunos de los seres habitados con los que se topan. Y se adentran en un mundo que no conocen, decididos a encontrar respuestas, aunque quizá no sepan ni siquiera las preguntas.

Con el segundo libro, Antisolar, el lector y los personajes entran en la parte oscura del mundo, donde hay ciudades vacías y frías, donde las profundidades aguardan dispuestas a abrir sus fauces. La evolución de la trama aquí encuentra un equilibro magnífico con el universo descrito y con la forma en que Bueso organiza los capítulos, ágiles, rápidos, con una voz narrativa cada vez más libre y sólida. Los protagonistas han dejado un mundo más o menos conocido para chocar con una civilización tecnológica, de la que poco a poco vamos descubriendo pinceladas, pero de la que no entienden gran cosa. Es un choque interesante, porque se puede ver cómo cada uno de ellos cree ser poseedor de la verdad, algo que convierte al otro en un salvaje. Por otro lado, se presenta a nuestros ojos otra realidad más orgánica, que no entiende de cables, sino de carne, de conexión mental, de colonia, lo que nos permite explorar las distintas vertientes de la idea del colono, del imperio, del poder y su capacidad para someter sin que uno crea que lo están sometiendo. Serpientes, calamares, sombras, hielo, submarinos y unas relaciones cada vez más íntimas e intensas entre cada uno de los miembros del grupo, que sigue creciendo.  

Y llegamos a Subsolar, donde nos adentramos en el desierto, con un sol que lo abrasa todo, donde a muchos de los del grupo les cuesta respirar, aclimatarse. Parece que la misión y la aventura llega a su fin, hay un objetivo claro, o como mínimo la Regidora tiene uno. Y para conseguirlo, el grupo vuelve a crecer, se detiene en asentamientos y poblaciones a cada cual más peculiar. Volvemos a encontrar una realidad donde cada lugar contiene sus peculiaridades; hay algo único a pesar de estar teóricamente sometidos a un mismo clima, a unas condiciones similares e incluso a unas creencias parecidas. Pero las creencias varían, y las formas de adaptarse o de sobrevivir se transforman: hay quienes creen en la vida nómada y quienes funcionan con una vida militar, rígida y marcada por un reloj que señala unas horas nocturnas que no existen. Tormentas, eclipses salvajes, brujas del desierto, escorpiones gigantes… Una casa muerta, una ciudad viva, de carne… Porque aquí la carne, lo corporal y lo visceral están muy presentes. Quizá no a lo largo de todo el libro, pero sí en momentos puntuales que hacen que la imaginación se quede aturdida ante semejante creación.

Lo cierto es que se trata de una trilogía que fluye a lo bestia. Es ágil, tiene buen ritmo y su estilo y su lenguaje encajan con el universo creado y, sobre todo, con los personajes. No busquéis florituras, no las hay. Es directo, como si la voz narrativa lo estuviera soltando todo tal cual, como viene, creando un punto que, aunque quizá no sea del todo natural, sí que le da un aire distendido de crónica, relatada desde un yo que no se anda con miramientos ni pretende esconder nada. Cada personaje tiene su forma de hablar y eso es magnífico, porque con un par de frases ya te creas una imagen mental sin necesidad casi de descripciones; sus palabras, su ritmo y sus coletillas otorgan una personalidad potente y visual. Un apunte aparte merece el Trapo, su agilidad y sus «putamente», que se adhieren a la piel como una babosa.  Por supuesto, habrá a quien ese estilo no le guste por su rapidez, por sus frases a veces cortantes, pero por suerte no nos tiene que gustar a todos lo mismo, porque si fuera así, las estanterías de las librerías serían un aburrimiento uniforme y todos leeríamos libros idénticos y eso empobrecería el universo literario y la capacidad imaginativa de escritores y lectores.

Dicho esto, no sé si esto es una recomendación en sentido estricto. Es el viaje de alguien que ha devorado tres libros del tirón, disfrutando de cada bicho, de cada diálogo y agradeciendo que haya quien pueda imaginar mundos tan fascinantemente chalados como este. Si os apetece un viaje similar, ya lo sabéis.

¡Feliz lunes y felices lecturas! Y recordad, el Trapo sabe… Y si vosotros queréis saber, tendréis que leer.

Inés Macpherson