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Encuentosydesencuentos's Blog

~ Un paseo entre cuentos y libros con Inés Macpherson

Encuentosydesencuentos's Blog

Archivos mensuales: diciembre 2016

Los cuentos vagabundos de Ana María Matute

30 viernes Dic 2016

Posted by encuentosydesencuentos in Cuentos

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Ana María Matute, Cuentos, Ediciones Destino, La puerta de la luna, Los cuentos vagabundos

A veces, como narradora de cuentos o simplemente como enamorada del género, me encuentro ante la clásica pregunta de «¿Por qué te gustan tanto los cuentos?». He dado muchas respuestas, algunas más personales, otras más literarias, pero siempre sintiendo que me quedaba corta. Por suerte, uno siempre puede acudir a palabras ajenas para intentar explicar lo que siente, lo que piensa. Y hoy he encontrado las palabras que necesitaba.

puerta-luna

Leyendo La puerta de la luna. Cuentos completos, de Ana María Matute (Ediciones Destino, 2010), me he encontrado con un texto extraordinario: «Los cuentos vagabundos». No creo que exista mejor manera de describir la magia de los cuentos. Así que, aquí os dejo las palabras de Matute, para que acabéis el año en buena compañía y con ganas de seguir descubriendo cuentos como los que ella escribía, y como los que tantos otros escritores y escritoras han creado y seguirán creando. Porque estamos hechos de historias:

«Los cuentos vagabundos», de Ana María Matute

Pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo. Los cuentos representan uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la palabra del narrador.

He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse. Son los pueblos, las aldeas, los que reciben a los cuentos. Por la noche, suavemente, y en invierno. Son como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las puertas. Que se cuela, hasta los huesos, con un estremecimiento sutil y hondo. Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados.

Los pueblos, digo, los reciben de noche. Desde hace miles de años que llegan a través de las montañas, y duermen en las casas, en los rincones del granero, en el fuego. De paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y nostálgicos, quienes los cuentan.

Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio. Hacen llorar o reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejándose por el camino!

Mi abuela me contaba, cuando yo era pequeña, la historia de «La niña de nieve». Esta niña de nieve, en sus labios, quedaba irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de nuestras montañas, en una alta sierra de la vieja Castilla. Los campesinos del cuento eran para mí una pareja de labradores de tez oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida, como yo los había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano, con esqueletos negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de estrellas. Veía largos caminos, montaña arriba, y aquel cielo gris, con sus largas nubes, que tenían un relieve de piedras. El hombre del cuento, que vio nevar, estaba muy triste porque no tenía hijos. Salió a la nieve, y, con ella, hizo una niña. Su mujer le miraba desde la ventana. Mi abuela explicaba: «No le salieron muy bien los pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los moldearon lo mejor que pudieron». La imagen no puede ser más confusa. Sin embargo, para mí, en aquel tiempo, nada había más natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que traía una sartén, negra como el hollín. Sobre ella, la nieve de la niña resaltaba blanca, viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el hombre moldeaba los pequeños pies. «La niña empezó entonces a hablar», continuaba mi abuela. Aquí se obraba el milagro del cuento. Su magia inundaba el corazón con una lluvia dulce, punzante. Y empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era también tan natural que la niña de nieve empezase a hablar… En labios de mi abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo. Mi abuela decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete años. Pero llegó la noche de San Juan. En el cuento, la noche de San Juan tiene un olor, una temperatura y una luz que no existen en la realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente para los cuentos. En el que ahora me ocupa también hubo hogueras, como es de rigor. Y mi abuela me decía: «Todos los niños saltaban por encima del fuego, pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se burlaron de ella, que se decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que le pasó a la niña de nieve?». Sí, yo lo imaginaba bien. La veía volverse blanda, hasta derretirse. Desaparecía para siempre. «¿Y no apagaba el fuego?», preguntaba yo, con un vago deseo. ¡Ah!, pero eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los viejos campesinos lloraron mucho la pérdida de su niña.

No hace mucho tiempo me enteré de que el cuento de «La niña de nieve», que mi abuela recogiera de labios de la suya, era en realidad una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué diferente, en labios de mi abuela, a como la leí! La niña de nieve atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de fieltro, zuecos, fue descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue rubia o de cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y llegó a mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza arrollados a los lados de la cabeza. La niña de nieve se iría luego, digo yo, como esos pájaros que buscan eternamente, en los cuentos, los fabulosos países donde brilla siempre el sol. Y allí, en vez de fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con otro vestido, otra lengua, convirtiéndose en agua todos los días sobre ese fuego que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de nieve, como el cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el del avaro y el del tercer hijo tonto, como el de la madrastra y el hada buena, viajará todos los días y a través de todas las tierras. Allí, a la aldea donde no se conocía el tren, llegó el cuento, caminando. El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe, en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en las calumnias, en los cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera adelante. El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo.

¡Feliz año y felices lecturas!

Inés Macpherson

Cuentos navideños políticamente correctos (o no)

23 viernes Dic 2016

Posted by encuentosydesencuentos in Cuentos

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Cuentos, Cuentos navideños políticamente correctos, editorial Circe, James Finn Garner, Polònia, TV3

Se acercan las fiestas navideñas, ese momento en el que nos reunimos con familiares que quizás no vemos a menudo o con los que quizás no tenemos mucho en común. Uno de los comentarios habituales por estas fechas es aquello de «mejor no hables de política». Uno puede tomarse el consejo como una muestra de interés por nuestra salud: discutir con un polvorón en la boca no puede ser bueno para nadie. Pero normalmente es porque la gente quiere tener unas fiestas tranquilas, políticamente correctas, nunca mejor dicho. De hecho, a veces da la sensación de que hay cierta corriente que pide que seamos políticamente correctos en todos los ámbitos. Muestra de ello es uno de los capítulos del programa Polònia, de TV3, donde vemos a un matrimonio políticamente correcto llevar esta idea al extremo:

http://www.ccma.cat/tv3/alacarta/polonia/polonia-el-matrimoni-politicament-correcte/video/5633795/

Pero cuando una servidora piensa en lo “políticamente correcto” no puede evitar pensar en el escritor James Finn Garner, y más en estas fechas. En 1997, la editorial Circe publicó sus Cuentos navideños políticamente correctos. Entre sus páginas encontramos reflexiones sobre los derechos laborales o sobre el consumismo y el sexismo de los juguetes infantiles, un tema que ahora resuena en las noticias y en internet, pero que hace tiempo que es bastante obvio. Y para muestra, un botón:

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Era Nochebuena, de James Finn Garner
(Cuentos navideños políticamente correctos, Circe Ediciones, diciembre de 1997)

Era Nochebuena, en la cooperativa
nadie alborotaba, nadie se movía.
Los niños dormían: por todo consuelo,
sueños de lentejas y pan de centeno.
Después del colegio, habían saludado
con bailes y cantos el invierno helado;
para honrar la Tierra con más eficacia
que comprando dulces a la tía Engracia
o arrancando un árbol para mutilarlo
y luego vestirlo de puesta de largo.
Tras bajar un poco la calefacción
y acostarnos todos en nuestro jergón,
se oyó en el jardín un estrépito tal
que al suelo me vine de un golpe infernal.
Repté a la ventana, descorrí el pestillo:
«¿Dónde está el sereno?», grité en calzoncillos.
Y observé allí abajo, entre la penumbra,
un trineo con renos de escasa estatura.
Sentado a las riendas, un anciano agriado
que trataba a todos como sus esclavos.
Recordé su rostro de anuncios variados:
Juguetes, champañas y coches usados.
Por lo que expresaba su faz jactanciosa
muy mal no debían de marcharle las cosas.
Por más reforzar sus tiránicos modos
llamaba a los renos con viles apodos:
«Negrito», «Morito»… palabras provistas
de fuerte desprecio y de tintes racistas.
No les permitió reposar en el suelo:
chasqueó los dedos y alzaron el vuelo,
pero la techumbre ya estaba tan vieja
que al posarse en ella partieron las tejas.
Al verle trepar sobre la chimenea
supe cuál sería mi siguiente tarea.
Me puse la bata y bajé a toda prisa;
sólo con pensarlo, ya muerto de risa:
estaba cubierto de pies a cabeza
con desechos fósiles de enorme pureza.
Su casaca roja se hallaba adornada
con pieles de armiño aún ensangrentadas.
Le encaré gritando con voz resonante:
¡No a los que torturan a los animales!
Me miró aturdido, con gesto agradable,
desde su gordura, nada saludable.
Puesto en pie era, el pobre, más ancho que largo
(muchos alimentos, más dulces que amargos).
Mas no sólo era eso lo que me asqueaba:
lo más espantoso es que, encima… ¡fumaba!
No podía creerme lo que había entrado:
¡un carcinogénico sobrealimentado!
Le vaticinaba – tal era su aspecto –
un fallo cardíaco en cualquier momento.
Tras de sí arrastraba una bolsa roja
en la que portaba yo qué sé qué cosas.
«¿Dónde está vuestro árbol?», preguntó extrañado.
«En el jardín – dije –-. Como está mandado».
«¿Y qué hago con todo lo que os he traído?»
«Por mí, te lo llevas por donde has venido.
Seguro que topas con seres humanos
más materialistas de los que aquí estamos.
Gentes entregadas al vil consumismo,
de esas que alimentan el capitalismo».
Mi expresión severa no sirvió de nada:
su única respuesta fue una carcajada.
Añadió: «¿Y los niños? No seas riguroso:
crecer sin juguetes es algo espantoso».
[…]
«¿Y qué hago yo ahora? – preguntó el anciano –.
No tengo costumbre de viajar en vano».
«Me estás resultando un poquito creído…
Anda, abre esa bolsa; a ver qué has traído».
Y ante mis narices, va el muy sinvergüenza
y saca una Barbie enjoyada y con trenzas.
«¡Traerle esto a mi hija no es más que un ultraje!
¡No ella es tan sexista, ni yo tan salvaje!
¡Con esa tripita y con esa figura,
idiotizaría a mi criatura!
Querría someterse en plena adolescencia
a dietas sin grasas y a graves carencias.
Tomando su aspecto normal del revés
en vez de aceptarse tal y como es».
Él seguía buscando dentro del capazo:
«¡Mira este juguete! ¡Es un exitazo!»
Al ver lo que era, solté un alarido:
¡Una metralleta de aire comprimido!
«¿Llamas exitazo a ese trasto dañino?
¿Al arma perfecta para un asesino?
¿Por qué no una bazuca o quizá una granada?
¿Por qué no un machete o una recortada?
¿Qué otros disparates transportas ahí dentro?
Ábrelo ahora misma, a ver lo que encuentro…
¡Una cocinita! ¡Esto es repugnante!
¡Qué idea tan machista y tan esclavizante!
[…]
Palés y Monopolys… valiente inmundicia:
escuelas primarias para la codicia.
Y aquí hay aún más armas, esto no termina…
¡Y aquí hay más muñecas y aquí hay más cocinas!»
Tan sólo eso había en su cargamento:
juegos de incultura y aburguesamiuento.
(Aunque vi una cosa que era interesante:
un libro de cuentos de un tal James Finn Garner).
«¿Sabes qué te digo? – anuncié finalmente –.
Que nada hay aquí que interese a mi gente.
Aquí predicamos valores más altos,
de los que estos “juegos” se revelan faltos».
El viejo granuja, por fin derrotado,
se echó el saco al hombro y me dijo apenado:
«Qué lástima siento de todos tus niños
y de que les tengas tan poco cariño.
Recorren los pobres, por lo que has contado,
en vez de una infancia, un voluntariado».
Respuse: «Ya basta, no montes un drama
porque los criemos de una forma sana.
Viven y se nutren de buenos principios,
ya te lo he explicado en no sé cuántos ripios».
Preguntó: «¿Y podría conocerlos, al menos?»
«Están ocupados soltando a tus renos».
Se enfadó el anciano, y sin más despedida
que una palabrota, salió de estampida.
Subió como un rayo por la chimenea
y oí que las cosas se ponían feas.
Era obvio que aquel asesino de armiños
no apreciaba el gesto de mis nobles niños.
Los espantó a todos y, sin gran trabajo,
volvió a uncir los yugos de todo su hatajo.
(Pienso hoy que, de aquello, lo único agradable
es que su retorno resulta improbable).
Mas, ¿saben qué dijo aquel viejo truhán
después de desearnos Feliz Navidad?
«Me voy sin rencores, tenéis mi palabra;
pero, ojo, que conste: ¡estáis como cabras!»

¡Felices fliestas y felices lecturas!

Inés Macpherson

Caperucita no necesita un cazador

19 lunes Dic 2016

Posted by encuentosydesencuentos in Cuentos, Lecturas y reseñas

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Caperucita roja, Cuentos, Editorial Acantilado, La vida difícil, Marjolaine Leray, Océano Travesía, Slawomir Mrozek

Caperucita no necesita un cazador. Y las princesas no necesitan un príncipe para despertar, sólo romper el espejo que las tiene encerradas en un mundo de cristal donde les han repetido hasta la saciedad que ellas no pueden, que deben liberarlas, salvarlas, porque, por lo visto, ellas solitas no pueden crecer. Pueden. Y, de hecho, pueden hacerlo con ingenio, como Caperucita.

¿Por qué hablo de Caperucita? Pues porque ahora que se acerca la Navidad, un libro siempre puede ser un gran regalo. Y este lo es. No se trata de ninguna novedad, es del 2009, pero es magnífico. Estoy hablando de Una caperucita roja, un album ilustrado de Marjolaine Leray, publicado por Océano Travesía.

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Sencillo, con unas ilustraciones extraordinarias que demuestran que, a veces, con poco se puede hacer mucho, el texto nos recuerda al original, con esas preguntas insistentes a las que, en su momento, Slawomir Mrozek también supo sacar jugo en uno de los relatos que se pueden encontrar en La vida difícil (Acantilado, 2002). Tanto en ese caso como en este, hay un giro en la historia. Pero mientras Mrozek lo llevaba a su terreno del absurdo y ese humor tan particular que lo caracterizaba, transformando el final en una referencia casi metaliteraria,  Marjolaine Leray lo hace de forma más sutil y directa. Los textos, en rojo para Caperucita y en negro para el lobo, acompañan las figuras del feroz animal y la supuestamente ingenua niña de la caperuza roja de forma escueta, porque no estamos ante un relato típico, con su narrador descriptivo o con elementos que acompañan la acción. Aquí tenemos el encuentro con el lobo en estado puro, sin condimentos. Y con un giro final maravilloso.

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Así que si queréis descubrir otras caperucitas, ya sabéis.

¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson

Cuentos inquietantes, de Edith Wharton (Impedimenta)

05 lunes Dic 2016

Posted by encuentosydesencuentos in Lecturas y reseñas

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Cuentos, Cuentos inquietantes, Edith Wharton, Impedimenta, NoExpliqueu, Nollegiu, Roald Dahl

Y ya que en el post anterior he hablado precisamente de la editorial Impedimenta, hoy la recomendación literaria es de uno de sus títulos: los Cuentos Inquietantes, de Edith Wharton (Impedimenta, noviembre de 2015).

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Ante todo, debo decir que la portada fue una de las cosas que más me llamó la atención. Incluso antes de leer el título o el nombre de la autora, esa casa con claroscuros destacaba en la oscuridad de esa noche irreal que la envuelve, y también entre las otras portadas, llamándote a pararte, a acercarte. No es casual que la imagen que acompaña esta recopilación de cuentos sea una casa, pues en muchos de sus relatos, y en sus novelas, el paisaje vital de los personajes, es decir, la casa, la ciudad, lo que los rodea, es importante.

Al adentrarnos en el libro, lo primero que encontramos es un prefacio de la traductora del texto, Lale González-Cotta, una magnífica presentación para aquellos que desconozcan a Edith Wharton y una acotación interesante para definir los cuentos que uno va a poder ir encontrando un poco más adelante. Y es que debemos recordar que estos son «cuentos inquietantes». Y ese adjetivo no está allí por azar. Edith Wharton escribió relatos de fantasmas. De hecho, existe una recopilación en castellano de los mismos, editada por Alianza Editorial, donde encontramos uno de los relatos que también aparecen en esta antología de Impedimenta. Pero lo que encontramos aquí, en estos Cuentos inquietantes, es algo distinto, más sutil.

Como bien señala Lale González, hay unos relatos que se acercan al mundo sobrenatural, pero nunca de forma burda, obvia o visceral. Son trazos, sensaciones que subyacen, presentes pero a la vez volátiles, perdiéndose y encontrándose para crear esa inquietud de la que se habla en el título. A su vez, hay relatos que se alejan de lo sobrenatural para adentrarse en una extraña ironía, en un humor negro que podrían recordarnos a Roald Dahl. Por ejemplo, en el relato titulado «La plenitud de la vida» podemos encontrar ecos de esa crítica al matrimonio que, años después, tan bien perfilaría el maestro Dahl. En este cuento, Edith Wharton se acerca al mundo del más allá, pero no para aterrarnos narrando lo que allí nos espera, sino para lanzar una sutil pero brutal crítica a la sumisión, a la concepción del matrimonio como ese deber carcelario al que se han sometido tantas mujeres.

Relatos como «Una botella de Perrier», «La duquesa orante» o «Después» tienen aires más fantasmales, más sobrenaturales. En ellos, Wharton muestra su extraordinario don para la atmósfera, la descripción precisa y esa sensación envolvente que te lleva, de forma suave y pausada, hacia una realidad inquietante que nunca te mira de frente, pero te va rozando cuando debe, creando un desasosiego fascinante.

Otros relatos, como el ya citado «La plenitud de la vida», «Los otros dos», «Un cobarde» o «El mejor hombre», se mueven por otro terreno un poco distinto. Son inquietantes, pero no por su oscuridad fantasmal o espiritual, sino porque se adentra en otro concepto de espíritu; se adentra en el alma humana, en su comportamiento, y aprovecha para presentar una realidad que se iba abriendo poco a poco camino y que, probablemente, debía aterrar a muchos. Con ironía, se acerca a temas como el divorcio, la política, la corrupción y la manipulación, o uno de los temas más universales del mundo, la culpa. Y lo hace con elegancia, con un estilo impecable y envolvente, que te invita a navegar por sus historias.

Una lectura interesante, de una autora fascinante que, por cierto, será una de las «invitadas» al ciclo #NoExpliqueu de la Nollegiu. El miércoles 25 de enero sus cuentos se encontrarán con los de Roald Dahl. Así que, si os apetece escucharla, ya sabéis.

¡Feliz lunes y felices lecturas!

 

Inés Macpherson

Librerías, libreros y editoriales

05 lunes Dic 2016

Posted by encuentosydesencuentos in Actualidad, Actualidad editorial, librerías

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Casa Usher Llibreters, El quinto en discordia, Impedimenta, La Gabia de Paper, librerías, Libros del Asteroide, Llibrería Calders, Nollegiu

El pasado viernes, 2 de diciembre, en la librería Casa Usher de Barcelona tuvimos el placer de escuchar a Enrique Redel, editor de Impedimenta, una de esas nuevas editoriales, aunque ya llevan diez años regalándonos joyas literarias, que, como Libros del Asteroide, Nórdica Libros, Sajalín, Males Herbes, Edicions del Periscopi y muchas otras, han demostrado que se puede tener un catálogo coherente, de calidad y con un trato cercano con los editores y con los lectores.

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Como comentaron tanto él como los creadores e impulsores de Casa Usher, desde hace unos años hay una nueva corriente de editoriales y de librerías. Lugares como Casa Usher, Llibreria Calders o la Nollegiu han demostrado que en un espacio acotado se puede ofrecer no sólo la oportunidad de comprar libros, sino de acudir a presentaciones, charlas, ciclos de poesía, de filosofía, de cuentos, clubs de lectura y un largo etcétera. Son librerías de barrio, que han generado una sensación de “caliu”, que se dice en catalán, una atmósfera cercana y amable que hace que te sientas en casa. Y eso es algo que, como lectora, se agradece. Porque fue precisamente en una de esas librerías donde yo me hice lectora y donde descubrí el arte de amar la palabra escrita.

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Precisamente el pasado viernes, Enrique Redel habló de uno de los títulos de Libros del Asteroide, El quinto en discordia, de Robertson Davies. Como si se tratara de la mítica madalena de Proust, ese título me hizo recordar la librería en la que crecí, al menos como lectora: la desaparecida La Gabia de Paper, en la calle Marià Cubí. Esa librería, regentada por Mercedes y Celia, era una segunda casa y un lugar al que acudir para descubrir libros, charlar en el pequeño despacho que tenían para intentar arreglar el mundo, sin mucho éxito, o ayudar un poco en Sant Jordi. Si no tenían el título que buscabas, lo pedían, lo encontraban; como estudiante de Filosofía, les agradecí enormemente aquella sección de las estanterías dedicada a la editorial Gredos y sus clásicos, y su capacidad por encontrar libros que en la biblioteca de la universidad casi siempre estaban perdidos en la inmensidad. Si querías regalar un libro, podías dar referencias de los títulos anteriores que se había leído la persona homenajeada, y siempre encontraban algo… y acertaban. Porque leían lo que vendían. No todo, por supuesto, pero lo que realmente necesitaba ser leído. Me explico: los títulos de las grandes editoriales, con sus campañas de marketing y sus anuncios a todo color, no necesitaban ser recomendados; la gente iba a comprarlos sin dudarlo. Pero lo otros, los de las pequeñas editoriales, los que en otras librerías de grandes superficies quedaban relegados a segunda fila o ni siquiera aparecían por aquel entonces, esos sí que necesitaban una voz que hablara por ellos. Y ellas lo hacían. Fueron ellas quienes me presentaron editoriales como Libros del Asteroide o Impedimenta. Fueron ellas las que tiñeron las estanterías de casa de esos lomos de colores de Asteroide, y de los teñidos de negro y letra blanca y roja de Impedimenta.

La semana pasada hablé del libro Rue de l’Odéon, de Adrienne Monnier (Gallo Nero) y de esa figura fascinante de una librera enamorada de su trabajo. La Gabia de Paper era, salvando las distancias históricas, un lugar similar, un hogar para lectores intrépidos y con ganas de descubrir, de enamorarse de un autor desconocido. Recuerdo los comentarios jocosos sobre la compra de lecturas ligeras como el Decamerón de Boccaccio o La Divina Comedia, de Dante Alighieri, a una temprana edad, o las conversaciones con otros lectores, precisamente comentando las grandezas de ese memorable título de Libros del Asteroide, El quinto en discordia, que no se cansaron de recomendar durante mucho tiempo.

La sensación de entrar en una librería y no estar simplemente rodeado de libros, sino de estar en un lugar que te invita, que te acoge, es una sensación que he vuelto a tener gracias a estos nuevos lugares que ofrecen la posibilidad de, si cabe, enamorarse de nuevo de la palabra escrita y retomar el placer de degustarla, pero no sólo comprando, sino compartiendo, descubriendo, charlando… Y si encima puedes ir conociendo autores con las presentaciones y las charlas, puedes introducirte en el mundo del arte, de la filosofía, los cuentos o la música y puedes ir descubriendo nuevas o no tan nuevas editoriales y escuchar a sus editores, que te hablan de su trabajo y su catálogo con tal pasión que estás tentada de comprarlo entero, mejor que mejor.

Así que, ¡larga vida a las librerías y a las editoriales!

Inés Macpherson

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