Hay películas que uno va a ver para reflexionar, para buscarle tres pies al gato e incluso para tener una buena excusa para llorar. Hay películas que te sorprenden, que te cuestionan la manera de ver las cosas o que te plantean enigmas que no consigues resolver. Y después están las películas que dejan que puedas reír sin importar nada más; que puedas desfogarte, relajarte a cada carcajada. Y eso es lo que consigue Alex de la Iglesia con Las Brujas de Zugarramurdi, una película redonda sin pretensiones pero que consigue que salgas del cine contento.
El argumento es, ya de por sí, divertido: un grupo de hombres desesperados deciden atracar una tienda de Compro Oro, que ahora tanto proliferan. Hasta aquí, todo normal. Pero resulta que los anillos que han robado (casi todos vendidos por parejas que han roto, dolidas, cabreadas y con ansias de venganza) concentran una gran cantidad de energía negativa… Y eso no es bueno, sobre todo si hay un grupo de brujas buscando dicha energía para destronar a los hombres del poder.
La idea parece sencilla, normalita… Pero Alex de la Iglesia le saca jugo, como en sus mejores épocas, y consigue momentos memorables (muchos de los cuales ocurren en el interior del taxi, donde los tres protagonistas masculinos se enzarzan en discusiones magníficas). Escenas y diálogos hilarantes se suceden una detrás de otra sin dejar descansar al espectador, que, de hecho, ya con los títulos del inicio se está riendo al descubrir una cara muy conocida y muy actual entre los rostros de las brujas.
Un comentario a parte se merecen los actores. Jose es un padre divorciado y desesperado por ver más a su hijo, y está interpretado por un increíble Hugo Silva, al que el papel le va como anillo al dedo. También parece haber encontrado un papel a su medida Mario Casas, que deja de lado su supuesto aire de galán machote para meterse en la piel de Tony, relaciones públicas de la discoteca Esperma, actualmente en el paro, que tiene alguna reflexión digna de enmarcar, como su insistente “Tío, esto no se hace así. No sé cómo se hace, pero así no”, que le va repitiendo una y otra vez al personaje de Hugo Silva en las situaciones más absurdas. Jaime Ordóñez interpreta a Manuel, un taxista que, poco a poco, se va uniendo al grupo hasta mostrarse uno más de ese grupo de hombres desesperados (mucho más desesperados que las mujeres de la mítica serie de televisión y con motivos más reales para hacer lo que hacen, por cierto).
Las mujeres que pueblan la pantalla también están soberbias. Y es que parece que Alex de la Iglesia haya medido cada uno de los protagonistas para que encajen a la perfección con los actores y actrices que pueblan su película.
Es, en definitiva, una película perfecta para divertirse, reírse y olvidarse un rato del mundo que está fuera de la sala, y para comprender que los hombres también hablan sobre las mujeres, aunque a su manera.
Inés Macpherson