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La sala de espera: metáfora visual y existencial que Gemma Brió utiliza para explicarnos la historia de Llibert; una historia dramática de la que conocemos el final porque lo importante es lo que nos narran en ese espacio blanco, ese lugar, o no-lugar en el que se convierte la sala de espera, en la que todos esperamos.
A veces es difícil hablar de ciertos temas sin haberlos vivido en primera persona o de cerca, sin haberle visto las orejas al lobo. Estamos acostumbrados a que a nuestro alrededor se opine de todo y por todo cuando quienes hablan no saben realmente de lo que hablan. Desde la teoría todos somos capaces de lanzar sentencias, pero desde la realidad podemos expresar lo que se siente, el desgarro emocional y vital que ciertas situaciones provocan en el alma. Desde la vivencia cercana podemos gritar, llorar, desparramar las entrañas sin caer en tópicos, sin dramatismos baratos ni engaños. Será quizás subjetivo, será quizás solo un punto de vista, pero saldrá de dentro, porque podemos ofrecer las dudas, el miedo y el sufrimiento de ciertas decisiones que cambian la percepción que uno tiene de la vida y de uno mismo.
Actualmente, con los cambios de ciertas leyes por parte del gobierno, se habla mucho de la frivolidad del aborto, de ese desprecio por la vida que demuestran ciertas mujeres… Bueno, probablemente quien lo diga no tiene ni idea de lo que supone una situación en la que debes tomar la difícil decisión de despedirte de la posibilidad de un hijo porque lo que tendrá no es vida. Porque se habla mucho del respeto a la vida… pero, ¿qué es vida? ¿Estamos vivos porque nos late el corazón y punto? ¿Es simplemente eso? Es una forma de comprender lo que es vivir tan respetable como la que considera que estar vivo es algo más, que la vida digna (y la muerte digna) es algo más. El problema siempre viene cuando se quiere imponer esa manera de ver, cuando se arranca la posibilidad de decidir, de escoger, de vivir y pensar de otra manera. Se impone una forma de comprender el mundo, el amor, la vida… Y se acaba persiguiendo a quien no piensa como tú hasta niveles que en Europa ya hemos vivido. Pero ese sería otro tema. Y hoy quiero hablar de Llibert, una obra de teatro que estará en la Biblioteca de Catalunya de Barcelona hasta el domingo 27 de abril. Quedan pocos días, pero si podéis, vale la pena verla. Es un desgarro, una bofetada de realidad donde se expresan muchas de las cosas que a veces se piensan, se preguntan, pero nunca se dicen en voz alta porque queda mal, porque «¿qué pensarán de mí si lo digo?»…
Entre críticas brutales y sin tapujos a los recortes, a las jerarquías, a la burocracia, con momentos de un humor ácido y sarcástico que te arrancan una carcajada a pesar del sufrimiento y la rabia que se esconde detrás, Llibert es una hora y media de exposición emocional, en la que la protagonista desnuda su experiencia en esa sala de espera que, de tanto esperar, pierde el sentido y podría ser cualquier cosa: esperar, desesperar… Esperanzas truncadas, decisiones que de solo pensarlas le rompen el alma aunque sepa que es lo mejor que podría pasar, y esperar, esperar a que ocurra lo que debe ocurrir para que Llibert pueda ser libre.
Llibert acaba de nacer. Unas complicaciones en el parto han hecho que deje de respirar durante un momento. Eso afecta al cerebro. Eso puede producir parálisis cerebral. Hay muchas gamas de parálisis cerebral, muchas consecuencias que derivan de la misma. Y cuando uno es consciente de ellas se pregunta: ¿eso es vida? ¿Esa es la vida que quiero para mi hijo? Hay quien dirá que sí y hay quien dirá que no, que quiere una vida digna para su hijo, sin sufrimiento. Y habrá quien dirá que uno está equivocado y el otro no. Pero aquí no se trata de estar equivocado o no. Aquí se trata de tomar una decisión (esa capacidad que se le supone al ser humano y que actualmente se quiere recortar también, para que el ser humano de este país deje de decidir, deje ese mal hábito de pensar y de tener un espíritu crítico… por suerte, el ser humano es más terco de lo que se piensan algunos). Y de demostrar que esa decisión es dolorosa, que no es fácil. No es algo frívolo ni que se tome porque sí, como algunos dicen.
En un espacio reducido, cercano, tres mujeres nos permiten acompañarlas en esa espera, en esa sala de espera en la que les dan esperanza para luego quitársela; esa sala de espera en la que una de ellas se transforma en todos los personajes posibles y otra de ellas nos regala canciones que evocan el estado anímico y la situación de la protagonista, esa mujer que acaba de ser madre pero que no puede ser madre porque le falta un trozo, porque su hijo está separado de ella porque ha tenido complicaciones, y no puede tocarle, y no puede darle ese calor de madre, ese contacto, ese tacto humano que necesita ofrecerle. Esa mujer que quiere luchar por la vida de su hijo pero que descubre que quizás la vida de su hijo no vaya a ser tal, y se pregunta cómo afectará también eso a la suya, a su vida, y a la de su marido, y a la de su otro hijo… Se plantea todas y cada una de las preguntas que, en muchos momentos, nos guardamos para nosotros porque nos da miedo, vergüenza o pánico lo que vayan a pensar, o lo que pensaremos nosotros al darnos cuenta de lo que pasa por nuestra cabeza (mala madre, se llama a sí misma en un momento). Y de esa manera podemos comprender, acompañarla, y no solo físicamente, sino emocionalmente, en un proceso doloroso de esperanza y desesperanza: esperar a que viva, esperar el diagnóstico, esperar a que ese diagnóstico mejore, pero empeora; esperar a que te den una solución que no existe y descubrir que tu hijo no puede respirar por sí mismo, no puede comer por sí mismo, no puede moverse por sí mismo y que probablemente sufra los días que viva hasta que se complique todo y muera, sufriendo. Un proceso de espera y despedida, de vida y muerte. Un proceso cargado de brutal sinceridad, que deja de lado la corrección política para desgranar cada momento, cada duda, cada emoción que se vive en esa sala de espera: esa metáfora visual y existencial que no deja indiferente.
Una obra reflexiva, emotiva y desgarradora que nos habla de la vida y que nos hace pensar. Una obra que no te abandona al salir por la puerta, algo que yo, como espectadora, agradezco.
Inés Macpherson