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Debo reconocer, ante todo, que es la primera vez que leo una obra de Don DeLillo. Siempre he tenido ganas de leer alguna de sus novelas, pero nunca conseguía ponerme a ello, no por falta de ganas. Pero esta vez he decidido que no podía olvidarme este libro por dos razones: la primera, por el autor; la segunda, porque se trata de un libro de relatos. Y sentía curiosidad por descubrir cómo podía ser la narrativa corta de DeLillo. Sinceramente, El ángel Esmeralda (Seix Barral) me ha cautivado.
Don DeLillo es un maestro del lenguaje. Cada frase, cada párrafo, es una muestra del placer por la palabra. Él las paladea y consigue que el lector las paladee. Parece que se olvida de la estructura, de contener el texto en la hoja y deja que vuele, que fluya creando una serie de postales, momentos fugaces, escenas, retratos que muestran al ser humano, a la sociedad y sus miedos.
Esta recopilación de relatos, al que le da título uno de los cuentos que hay en su interior, deambula por miedos, críticas y tendencias humanas variadas. En “El ángel Esmeralda” asistimos a la vida de una monja, Sor Edgar, que trabaja junto a otras hermanas en una zona casi olvidada del Bronx. Allí, observando a los que habitan esa realidad, un acontecimiento hace que la monja se dé cuenta de la necesidad que tenemos todos de tener visiones. Y es que en el fondo, todos necesitamos creer en algo, sobre todo cuando vemos de cerca el horror, el terror. Este cuento se escribió en 1994, mucho antes del atentado a las Torres Gemelas, y sin embargo se apunta a esa necesidad de creer cuando no hay nada en lo que creer, cuando se tiene miedo o se ha perdido todo.
En el primer cuento de la recopilación, “Creación”, Don DeLillo nos presenta lo que podría considerarse como una postal del paraíso. Pero ¿qué ocurre si no puedes salir del paraíso cuando tú quieres? ¿Y si entras en un bucle del que no puedes huir? El agobio, el aburrimiento y el miedo a esa especie de prisión que construimos y que, en este cuento, se materializa en forma de aeropuerto. En cambio, en “La acróbata de marfil”, el miedo y la angustia son más palpables. En Atenas, tras un terremoto, una maestra deambula por su día a día con el miedo en el cuerpo, intentando anticiparse al siguiente movimiento de la tierra, con miedo a que le ocurra algo, a quedarse incomunicada… Miedo, siempre el miedo con el que vivimos y que también está presente, en cierta medida, en el relato de “El martillo y la hoz”, aunque aquí DeLillo va mucho más allá y utiliza ese miedo a la caída de la bolsa, a la economía que provocan las retransmisiones que hacen tanto noticiarios como tertulianos, para hacer una crítica voraz tanto al mundo del dinero como al de la información. Y es que en “El martillo y la hoz” los noticieros los dan niñas que no saben de lo que están hablando, que dicen esas palabras como podrían estar diciendo otras. El automatismo, la frialdad, la escasa importancia que la sociedad da al mundo que le está diciendo basta, a la humanidad, que también está diciendo basta… Y las niñas que siguen repitiendo cifras y nombres que no entienden, como tampoco nosotros.
Dos cuentos que también merecen una mención son los titulados “Medianoche en Dostoievski” y “La hambrienta”. En ambos relatos, DeLillo se adentra en el mundo de las personas que observan, que necesitan seguir a otras personas, inventarles vidas, sugerirles un pasado, un futuro… ¿Una referencia al voyeurismo de la sociedad o al vacío que se puede llegar a sentir sobre la propia vida hasta tal punto que necesitas llenarlo con vidas ajenas y ficticias?
No sé si es el mejor libro del autor, pero lo que tengo claro es que esta lectura no ha hecho más que alimentar las ganas que tengo de seguir leyendo a este hombre.