¿Quién hubiese imaginado que una de las criaturas fantásticas más oscuras de la literatura acabaría convirtiéndose en un icono de la moda fashion adolescente? Me refiero a los vampiros, esas criaturas que autores como Bram Stoker, Edgar Allan Poe, E. F. Benson, Ernst Raupach, Guy de Maupassant o Emilia Pardo Bazán inmortalizaron en sus narraciones cortas o en sus novelas. Estos autores revistieron a sus criaturas de misterio, de oscuridad, de una atracción incontrolable, casi obsesiva, y los condenaron a la soledad de sus castillos, tumbas o mausoleos, hasta que la noche llegara. Ese aire de tentadora y malvada seducción radicaba precisamente en esa oscuridad, en ese misterio. Casi todas esas criaturas estaban rodeadas de un halo de romanticismo, entendido como se entendía en el siglo XIX. Algunos de los vampiros que crearon estos genios de la narración corta acabaron siendo vampiros por otros, ya que al morir, sus amantes no podían soportar la idea de estar sin ellos y los resucitaban, convirtiéndolos de esa manera en no-muertos. Otros, como Drácula, nos muestra su conexión con el romanticismo al luchar por causas como las que lo conducen a perder a su amor y a convertirse en vampiro, pero también en el hecho de seguir amando a su Elisabeta tras siglos y siglos de soledad.
Los vampiros de hoy en día son algo más frívolos. Visten de Armani o van al instituto, se pasean durante el día como si el sol no les afectara, comen hamburguesas, además de sangre, y son hasta mojigatos. A excepción de los vampiros de True Blood, sedientos de sangre, placer y rodeados todavía de ese halo de seducción y perversión que atrae y repele a la vez, los vampiros de las novelas y series actuales han perdido toda la fascinación que podían tener los vampiros de otros tiempos. Creados por muchas mujeres escritoras que han descubierto la fórmula perfecta para llegar al corazón adolescente, estos vampiros son, podríamos decir, lights. Es una lástima, porque en sus orígenes, los vampiros llenaron cientos y cientos de páginas de narraciones góticas que hicieron las maravillas de los lectores del siglo XIX. ¿Qué pasaría si Berenice o Morella levantaran de nuevo la cabeza? No sé yo si el panorama les gustaría, pero quizás se divertirían con estos vampiros adolescentes… y quizás les enseñarían alguna cosa.