Tal día como hoy, en 1881, nacía Stefan Zweig, uno de esos escritores que han sabido hablar de lo grande y de lo pequeño con el mismo acierto y la misma sencilla elegancia. Para celebrar la fecha, recuperamos Miedo (Acantilado/Quaderns Crema, enero 2018).
Miedo nos explica un pequeño fragmento de la vida de Irene Wagner, una mujer casada que lleva una vida acomodada. Rodeada de criados que lo hacen todo por ella, incluso educar a sus hijos, Irene tiene tiempo para sí misma, para ir a fiestas, a reuniones sociales o para pasear. Sin embargo, tras ocho años de plácido matrimonio siguiendo las normas, Irene decide que necesita algo más en su vida, un poco de aventura. Y se busca un amante. La relación que tiene con un joven pianista es satisfactoria, y poco a poco empieza a encajar a la perfección en la rutina de su día a día. Hasta que, una tarde, al salir del piso de su amante, se encuentra con una mujer que amenaza con revelar su secreto si no le da dinero. Irene cede ante el chantaje y entra en una espiral de miedo y sufrimiento que la sume en una pesadilla constante que hace que se lo replantee todo. Incluso a sí misma.
La premisa es sencilla. Pero a veces lo que hace que un escritor sea extraordinario es la capacidad que tiene de crear algo hermoso partiendo de lo más sencillo, de lo más pequeño. Es lo que hace Stefan Zweig en esta pequeña nouvelle que Acantilado ha publicado en sus Cuadernos. Se trata de una historia que no llega a las 150 páginas y su formato es un reflejo de la delicadeza que encontramos dentro.
Miedo podría ser un fragmento disperso de un retrato social convertido en estudio psicológico. Entre las pinceladas de la vida cotidiana de Irene y sus reflexiones, encontramos dardos lanzados contra la frivolidad de una clase social que no veía más allá de su ombligo, de un mundo empeñado en disfrutar de sus comodidades sin importar lo que ocurría alrededor. Pero en este caso, Zweig no se centra tanto en analizar el mundo que rodea a Irene como a la propia Irene. Es su proceso mental, la forma en que el miedo se va apoderando de ella y tiñéndolo todo de ese color turbio y angustioso de la pesadilla, lo que centra esta pequeña historia. En ningún momento abandonamos su mundo interior, sus reflexiones, sus sueños y sus anhelos. Zweig los presenta con una elegancia y una precisión maravillosas. Es sutil pero certero; sabe cómo llevar a su personaje al límite y hacerle creer que ya está a salvo, para volverla a lanzar contra el abismo de sí misma y su silencio.
Hay algo fascinante en la forma en que Zweig trata temas que se han considerado a menudo tabú. En Clarissa hablaba de la maternidad y el aborto con una serenidad y una fuerza sorprendentes para su época e incluso para esta, donde son temas que todavía hay que tratar con cuidado. Aquí nos habla de la infidelidad de una forma magistral, mostrando no sólo los miedos, sino analizando los motivos que pueden llevar a cometer dicha infidelidad. ¿Es realmente la otra persona quien despierta el deseo, o el deseo nace de la necesidad de saber que la vida es algo más que la rutina autoimpuesta de una burguesía aburrida y tediosa? Llegar a hacer semejante pregunta implica un grado de observación y de reflexión que demuestra que Zweig era un conocedor del alma humana y de todas sus formas y sombras. Y también un gran conocedor de la construcción de tramas, con un sutil giro final que se ha ido anunciando, pero que acaba por darle un toque muy distinto a ese miedo.
Como siempre, es un placer leer a Stefan Zweig de la mano de estas pequeñas joyas que publica Acantilado. Leerlo, hoy o cualquier día del año, es una forma de celebrar su vida y su obra.
Inés Macpherson
Reseña original redactada para Anika Entre Libros