Leer a un autor por primera vez siempre tiene algo especial. No sabes nada de su universo imaginario ni de su estilo. Simplemente has visto que una persona, en cuyo gusto literario confías, lo recomienda y decides comprar el libro sin más, sin mirar la contraportada, a ciegas. Tras leer Lago negro de tus ojos, de Guillem López (publicado en la colección Runas, de Alianza Editorial) puedo decir abiertamente que agradezco mi tendencia a fiarme del criterio de ciertos libreros como Antonio Torrubia, porque es una novela que se devora y te devora. Sí, ayuda su extensión, que no supera las 140 páginas, pero hay universos y lugares que te atrapan, y El Clot que describe Guillem López lo hace.
La novela nos sitúa en un mundo en el que, tras el Incidente, han aparecido unas extrañas lagunas. La más grande de ellas está en El Clot, el pueblo natal de Carla Babiloni, una periodista que deberá regresar a esa tierra para investigar la desaparición de una actriz. Desde el principio se da cuenta de que no es bienvenida. Por un lado, a su alrededor se construye una especie de muro de mutismo y eufemismos relacionado con un evento previo al Incidente del que nadie habla, pero que se palpa en el ambiente, sobre todo cuando se menciona su casa; y, por otro, uno tiene la sensación de que ese pueblo es un microclima, no solo por la laguna y los bichos que merodean a su alrededor y que han invadido la zona, sino porque ese silencio que se respira calla algo más que un pasado oscuro. La seguridad que protege la laguna, las medias verdades y medias mentiras oficiales que le van contando generan una inquietante certeza: esa laguna desde la que teóricamente se ven las estrellas es algo más, aunque quizás nadie sepa lo que es. O quizás sí.
Pero lo que hace que Lago negro de tus ojos sea una historia interesante no es solo el argumento o el ambiente, sino la voz narrativa. Ante todo, aquí decir que estamos ante una narración visual es más que acertado, porque muchas de las escenas son viñetas que nos describen la acción. No podemos ver el dibujo, pero lo vemos, y ese juego entre lo que ocurre y lo que se nos narra, lo que pasa en la realidad y en la visión de la realidad, hace que entremos en una ficción que sabe jugar con nosotros, engañándonos abiertamente o diciendo que lo hace, aunque no lo haga. El narrador es un personaje que es capaz de parecer anodino, normal, como cualquiera de nosotros, pero a su vez también es capaz de despertar no sé si rechazo, pero sí extrañeza; un desasosiego que va creciendo y disminuyendo, descolocando al lector, pero a la vez enseñándole las cartas. El pasado y el presente se mezclan en la forma en que va hilvanando los acontecimientos; escenas y viñetas dibujadas por él y explicadas a un psicólogo se van enredando hasta llegar a unas páginas finales magníficas, que consiguen transmitir, a nivel narrativo y visual, el horror y la locura de una historia que pasa y no pasa, que nos lleva a las montañas de la locura y nos arranca de ellas. En un momento de la novela, él nos dice que el objetivo es completar la obra. Y lo hace, pero recordemos que, a veces, un final no es tal cosa, y una ficción tampoco, aunque en este caso, ¿cuál es la ficción? «Toda ficción es una mentira piadosa, una manera de suavizar el trauma que supone enfrentarse a la realidad cotidiana».
Esta es una novela que pide que te adentres en ella sin más, sin pensar, para dejarse llevar por el autor, que nos invita a sumergirnos en viñetas y en escenas para jugar con nuestras certezas y nuestra incertidumbre, con referentes conocidos que después se difuminan para volver a renacer, siempre cambiantes, pero presentes en ese reflejo que a veces no queremos ver y que nos recuerda que todos podemos ser monstruos.
¡Feliz lunes y felices lecturas!
Inés Macpherson