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Encuentosydesencuentos's Blog

~ Un paseo entre cuentos y libros con Inés Macpherson

Encuentosydesencuentos's Blog

Archivos mensuales: septiembre 2015

La garçonne, de Victor Margueritte (Gallo Nero)

14 lunes Sep 2015

Posted by encuentosydesencuentos in Lecturas y reseñas

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Etiquetas

Anika entre libros, feminismo, Gallo Nero, La garçonne, liberación de la mujer, literatura francesa, Victor Margueritte

Hay libros que, en su momento, debieron marcar un antes y un después, no solo a nivel literario, sino a nivel social. Leyendo La garçonne, de Victor Margueritte (Gallo Nero Ediciones, mayo 2015) uno comprende que este pudo ser uno de ellos. Una novela realista llena de crítica social, donde se habla abiertamente del feminismo, de la igualdad y de la liberación de la mujer, tanto a nivel social como sexual. Una obra extraordinaria sobre un tema que sigue siendo muy actual.
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ARGUMENTO

Monique Lerbier es una joven parisina de familia burguesa. Como toda buena joven de esa época, su deber es casarse, y si además es con un buen partido que apoya los negocios familiares, aún mejor, porque eso supone un buen negocio. Enamorada de Lucien, el hombre en cuestión, Monique no se plantea lo que ese negocio supone realmente y accede encantada a todas las peticiones de su padre, de su madre y de su futuro marido. Lo único que pide a cambio es sinceridad. Pero la sinceridad es algo que en la sociedad de principios de siglo no existe, y menos con las mujeres, por lo que Lucien le promete fidelidad eterna sin tener ninguna intención de cumplir dicha promesa. Lo que él no espera es que Monique lo descubra en brazos de otra mujer. Esa revelación, el descubrimiento de la hipocresía y la mentira en las que vive, hace que Monique decida romper con todo y tomar las riendas de su vida.

Liberada de lo que esperan de ella los demás, Monique decide transgredir todas las normas sociales, todo lo que se espera de una mujer y aboga por ser abiertamente sincera: no oculta su sexualidad ni sus vicios; encuentra un trabajo con el que ganarse la vida y se muestra tal como es, sin importar el qué dirán. Impulsada por esa búsqueda de sí misma, pero también intentando huir de las heridas que la vida le va regalando, Monique pasará por etapas diversas, desde la homosexualidad a las drogas, intentando encontrarse a sí misma y su lugar en el mundo. Porque por mucho que haya quienes consideran que el papel de la mujer en la vida es uno y está marcado, ella está dispuesta a demostrar lo contrario. Porque ella decide, ya que ella es dueña de su vida, nadie más.

OPINIÓN

«Cuando una mujer tropieza, busque dónde está el hombre», dice el personaje de Vignabos a la señora Ambrat, al final del libro. Y ella le contesta: «¡El hombre, siempre el hombre!». Con estas dos frases se podría resumir a la perfección la intención y la ideología que defiende este libro: la tendencia a considerar que el hombre es el centro del universo, incluso cuando la mujer intenta liberarse de él, como si por ella misma no fuera capaz de tomar la decisión de ser libre y no atarse a las convenciones sociales que la convierten irrevocablemente en esposa y madre, sin que pueda ser nada más. Estamos hablando de un libro escrito en los años 1920; un libro que fue censurado en su momento en Francia y que le valió al autor perder la Legión de Honor. Y es que la liberación de la que habla, tanto mediante los actos de la protagonista como mediante las charlas ideológicas que salpican la obra, era algo muy moderno para su tiempo… y, en algún caso, incluso para el nuestro, que aún se escandaliza ante según qué expresiones de amor e independencia por parte de mujeres y hombres. Pero vayamos por partes.

La garçonne no es un libro convencional, tanto a nivel estilístico como a nivel argumental. Con un narrador extraño, que juega con la omnisciencia, paseándose sutilmente entre la simple narración y la observación psicológica (de vez en cuando hace algún comentario sobre el sufrimiento de la protagonista que es difícil saber si proviene de ella o de ese narrador que contempla sus procesos, sus tropiezos y sus nuevos comienzos), nos encontramos con un retrato social y personal de Francia, pero también de la sociedad occidental. Sin tapujos, sin escatimar en descripciones y en opiniones, Victor Margueritte utiliza ese narrador para exponer la doble moral, la hipocresía y los instintos masculinos más primarios, incapaces de aceptar la igualdad de la mujer en ningún aspecto, y que se manifiestan en los celos más ridículos y en la obsesión del control y la posesión por encima de todo. Y es que, por muy modernos que seamos, por desgracia, y eso lo demuestran cada día las noticias, algunos siguen teniendo la espantosa idea de que la mujer es una propiedad y que el amor es posesión. Incluso el lenguaje nos delata: «es mi mujer», como si al casarnos dejáramos de ser personas y pasáramos a formar parte de la otra persona. Hay culturas en las que la mujer incluso pierde su apellido y adquiere el del marido… Pero ese ya sería otro tema y se trata de hablar del libro.

Uno de los logros de Margueritte es saber narrar todos los episodios de la vida de Monique sin juzgarla, algo difícil teniendo en cuenta el tipo de narrador que utiliza y la forma en que, a veces, se escapa alguna opinión ante lo que está ocurriendo. Pero lo cierto es que hay un perfecto equilibrio entre esos comentarios y el hilo argumental. De hecho, es la propia Monique la que se va juzgando. Quizás juzgar no sería la palabra más adecuada. Lo que hace es analizarse, observarse, buscar en sus profundidades y dejarse arrastrar por ellas. Gracias a su caída a los infiernos, el autor puede mostrar la hipocresía social, que juega a ser virtuosa por fuera, pero que por dentro se deja llevar por orgías y vicios diversos. También nos muestra el peligro de las drogas, ese refugio al que acuden algunos para no pensar, para no sentir, porque la vida y la soledad duelen demasiado. También aprovecha para exponer lo difícil que a veces resulta ser fiel a las propias convicciones; eso lo hace de la mano de Monique, pero también de Vignabos, Boisselot o Blanchet, pensadores y escritores que representan el progreso, pero también esa dualidad que acepta dicho progreso en algunos casos, pero no en la liberación de la mujer.

Y es que, a pesar de ser una novela centrada en el personaje de Monique, Margueritte sabe utilizar a los otros personajes para retratar los estereotipos de la sociedad y de las ideologías. Los hombres acechantes, que incluso ofrecen dinero para que sea su esposa. Las amigas que fingen ser mojigatas, pero después se van a habitaciones oscuras con más de un hombre. Los hombres que dicen ser progresistas, pero después se vuelven unos animales posesivos, celosos y enfermizos hasta el punto de prohibir a su pareja ver a otras personas, por si acaso… Y curiosamente, nos muestra este último aspecto de la mano de Monique, una mujer supuestamente liberada que, sin embargo, pierde por un momento la perspectiva y acepta este maltrato por amor, cuando eso no es precisamente amor.

Se podrían escribir páginas y páginas analizando este libro, a cada uno de los personajes, que interpreta a la perfección su papel como estandarte de un planteamiento y una ideología social. Se podría comentar también el ambiente histórico que plasma, los acontecimientos que rodean la vida de Monique, que vivió la guerra, aunque desde cierta distancia. Pero entonces estaría escribiendo hasta mañana. Solo puedo decir que es un libro fascinante, importante y admirable, sobre todo por el momento en el que se escribió.

Es comprensible que precisamente en su época este libro provocara un escándalo, pues defiende abiertamente la libertad de la mujer, la necesidad de que se la empiece a tratar como a una igual, no solo como a un objeto, una mercancía que se puede intercambiar, que se puede comprar o que se puede regalar al mejor postor, digo, al marido. Por desgracia, algunas de las reacciones sociales que plasma el autor ante el comportamiento de la protagonista, como por ejemplo cortarse el pelo, siguen siendo criticadas por algunos sectores de la sociedad en pleno siglo XXI. Hay quien considera que la mujer debe llevar el pelo largo para ser femenina; también los hay que consideran que la mujer es una igual, pero si se comporta en las relaciones sexuales como cualquier hombre, es decir, con libertad y sin necesidad de estar locamente enamorada y casarse al día siguiente, es una prostituta, no una mujer libre. Por lo tanto, la apuesta filosófica e ideológica que presentan las páginas de este maravilloso libro aún está por llegar, pues hay una gran parte de la humanidad que sigue considerando que la mujer es menos, que la mujer es un objeto… Los personajes del libro, en sus reuniones filosóficas, abogan por la necesidad de una revolución, de un cambio en la educación, en los valores. Y se ha hecho… pero aún queda un buen camino. Por suerte, siempre existirán libros como este, que nos recuerdan que la literatura es mucho más que una buena historia: es una ventana al mundo y al pensamiento.

Inés Macpherson
FUENTE: Anika entre libros (http://www.anikaentrelibros.com/)

Un puente entre la música y los cuentos

07 lunes Sep 2015

Posted by encuentosydesencuentos in Cuentos

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Cuentos, Daniel Lumbreras, escritura creativa, música

Normalmente en este blog aparecen criticas a libros, películas, series… Y en contadas ocasiones, un cuento. Esta semana me gustaría compartir un ejercicio creativo que estoy realizando desde hace un tiempo. Consiste en escoger una pieza musical y crear una historia inspirada en lo que nos cuenta la música. Probablemente, a cada uno de nosotros nos despierte algo distinto y nos transporte a lugares, escenas y personas diferentes. Ahí reside la magia, en abrirse a las posibilidades que cada nota, que cada melodía nos regala.

Y para esta semana escojo compartir uno relato inspirado en la extraordinaria música de Daniel Lumbreras, al que podéis descubrir en este link: https://daniel-lumbreras.bandcamp.com/

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ATLÁNTICA

Aaron se hizo a la mar como cada mañana. Más allá de la estela que dejaba su barca dibujada en la superficie del agua se hallaba su hogar, o lo que se había convertido en él, pues sabía que había nacido en otro lugar. Llegó a aquella costa frondosa, de arena áspera, perfil rocoso y horizonte de bosques un día de verano, ya adulto y con la memoria borrada, dispuesto a reescribir su historia. Sin embargo, cada vez que cogía la barca y salía con los otros pescadores que habitaban su poblado, sentía que pequeñas porciones del pasado volvían a él. Eran recuerdos acuosos, del fondo del mar: edificios sumergiéndose en las profundidades, una sonrisa tornándose en una mueca de tristeza y una despedida y una mano dejando a otra mano… y la nada. El vacío de la oscuridad bajo el agua. No lograba comprender ni cómo ni por qué se repetían aquellas imágenes, pero había acabado por reconocer los perfiles rocosos que rodeaban aquellas escenas. Los había visto en uno de los islotes que los pescadores siempre evitaban porque creían que estaba encantado.

Aquella mañana, solo y sin ninguna barca que hiciera de guía para marcarle el camino, Aaron se alejó de la ruta establecida y se acercó a los islotes. Arrastró la barca sobre la arena del más grande y, esperando no estar equivocado, se lanzó al agua a encontrar lo que sus sueños relataban.

Al principio vio rastros de arena mezclándose con la roca, pero poco a poco, la roca fue ganando terreno. Las islas estaban unidas bajo el agua y su aspecto amenazante que tanto asustaba a quienes veían su escarpada silueta exterior, se tornaba en una suave ondulación que parecía producto del hombre y no del mar.

Y entonces Aaron lo vio. Entre aquellas ondulaciones, una abertura, una entrada a un túnel. Sin pensar en el aire que necesitaría coger en breve, Aaron se adentró en esa cueva. A pesar de la oscuridad, pudo ver perfectamente el camino, como si una luz extraña iluminara las paredes… aunque no hubiera luz alguna. Y es que eran los ojos de Aaron, que volvían a brillar ahora que se acercaban a casa. Una casa que había caído, sumergida para siempre en el mar y en el olvido de los hombres. Pero no de Aaron, quien acabó por reconocer entre aquellas paredes el hogar que lo había visto crecer, medio hombre, medio mar.

Al llegar al centro de lo que en otro momento fue su ciudad, sintió cómo una corriente marina se enredaba entre sus dedos y reconoció, en aquella pequeña caricia de agua que ahora le rozaba el rostro, la sonrisa de sus sueños.

Y feliz, al fin, decidió olvidar su parte humana y convertirse en ola para no necesitar nunca más tomar aire o comer. Solo mecerse entre el mundo que conocía, acariciando las piedras que le daban cobijo cuando quería descansar y dejarse llevar por la fuerza del océano, que guarda en sus entrañas todos los recuerdos del mundo.

Inés Macpherson

The Babadook, o el poder de nuestro propio miedo

02 miércoles Sep 2015

Posted by encuentosydesencuentos in Cine

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Essie Davis, Jennifer Kent, Noah Wiseman, The Babadook

A veces hay películas que no puedes ver en su momento por diversas razones. Pero no importa esperar cuando lo que hay al otro lado es bueno. Y en este caso lo es. Porque The Babadook, de Jennifer Kent, es una de esas películas que van más allá del miedo y se adentran en las sombras de la mente humana. Porque, ¿dónde habitan los monstruos? ¿Bajo la cama? ¿Dentro del armario? ¿En esa sombra que se mueve al fondo del pasillo? ¿O en nuestra cabeza? ¿Están fuera o somos nosotros quienes les damos forma, quienes los alimentamos hasta que tienen tanto poder que nos rodean y solo vemos esa oscuridad que nos acecha y nos consume?

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ARGUMENTO

Seis años después de la muerte de su marido, Amelia (Essie Davis) lucha por recuperarse del trauma y por controlar los miedos de su hijo, Samuel (Noah Wiseman), un niño que tiene constantes pesadillas y que teme que haya monstruos por todas partes. Un día, Samuel encuentra en casa un libro, The Babadook, donde el protagonista es un ser monstruoso del que no te puedes deshacer una vez dejas entrar. Amelia insiste en que solo es un cuento pero, ¿y si ese terrorífico ser ya estuviera habitando su casa, su alma?

OPINIÓN

¿Cuánto poder tiene una palabra? ¿Y una idea? Cuando alguien planta una semilla en nuestra mente, ¿cuánto tarda en tomar forma? Esta podría ser la premisa de The Babadook, una historia donde la idea del monstruo y su poder, que acecha desde las páginas de un libro, va tomando forma de manera aterradora, convirtiendo la vida en una pesadilla.

Lo interesante en este caso es que la pesadilla empieza antes de que realmente se adueñe de la casa la oscuridad. Y es que la atmósfera claustrofóbica que crea Kent es impecable y nos secuestra en ese universo frío y abrumador en el que conviven madre e hijo. Kent plantea un imaginario alejado del ideal: una viuda y su hijo viven en una casa fría, blanca, con un sótano al que no se puede entrar, con unos espacios que, a pesar de tener muebles, parecen huérfanos, vacíos, a punto de romperse. Por si eso fuera poco, la relación que presenta tampoco es la ideal. Más allá del trauma que uno puede suponer que la madre arrastra tras haber perdido a su marido el mismo día en que dio a luz a su hijo, hay en ese hogar una relación difícil, dominada por el terror que siente Samuel, el niño, ante todo. Está convencido de que existen monstruos que acechan en su casa, tanto a él como a su madre, y piensa protegerla a cualquier precio. Por eso la madre encuentra trampas, armas caseras… Hace lo que puede por explicarle a su hijo que los monstruos no existen, pero él sabe que eso no es cierto.

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A partir de aquí, una película al uso apostaría por los sustos, lo truculento, los monstruos palpables y un terror a base de imágenes claras. La gracia es que en este caso, la autora se centra más en la atmósfera sutil, presentando una oscuridad que va en aumento, pero que no reside estrictamente en el exterior, sino en el interior. El miedo está supeditado al proceso interno de los personajes, porque en este caso el miedo nace de nosotros, no a la inversa. Y somos nosotros los que lo alimentamos. Kent entrelaza el suspense a ese ambiente claustrofóbico y malsano en el que habitan los personajes, en el que se van encerrando ellos por miedo, dejando a su vez que el miedo entre por la puerta y no los suelte.

Para hacer esto, cuenta con una inestimable ayuda: la de los dos protagonistas. Essie Davis, en el papel de Amelia, muestra a la perfección la espiral de cansancio, culpa, desesperación y locura en el que se sumerge su personaje. Y Noah Wiseman, en el papel de Samuel, consigue sacarnos a nosotros también de quicio, aterrados no solo por los monstruos, sino por su capacidad de entrar en ataques de histeria que exasperarían al más valiente.

Con un cuadro de actores escaso pero perfectamente diseñado, el círculo iniciado con ese espacio del hogar claustrofóbico y frío queda cerrado y se inicia un diálogo a tres en el que The Babadook lo va impregnando todo, no tanto como un cuarto personaje, sino como una extensión de los tres anteriores. Ese ser que aparece en el papel y que poco a poco va tomando forma en las sombras es espeluznante, no tanto por su aspecto como por su presencia en sí. Está al acecho, pero no viene a matarte o a secuestrarte. Viene a colarse en tu interior y, como en un momento descubre Amelia al abrir el libro, a transformarte con él para que afloren tus peores temores.

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En sí, la historia parece sencilla. Y lo es. Pero está llevada con maestría por la directora, que sabe cómo hacer que unas simples sílabas, “Ba-ba-dook-dook-dook”, se cuelen bajo tu piel y no te suelten en toda la noche, ni en los días siguientes. Están allí, recordándote no solo la película, sino lo que subyace. Porque más allá de la trama, más allá del terror que sufren los personajes y la lucha que deben emprender para deshacerse del monstruo, hay una idea extraordinaria, de un simbolismo increíble, y que queda perfectamente plasmada en la escena final de la película: nosotros dominamos nuestros miedos; somos nosotros los que los alimentamos o los que los desbancamos. Que seamos capaces de hacerlo o no es otro tema. Uno que Kent sabe plasmar de forma magnífica.

Inés Macpherson

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