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Es probable que haya mucha gente que no haya leído a Stephen King porque consideran que es literatura de género y eso implica que es de segunda categoría. Es posible que haya quien no haya visto ninguna de las películas basadas en sus libros, pensando lo mismo, quizás sin saber que La milla verde o Cadena perpetua están basadas precisamente en relatos de King. Pero hayan leído o no al rey del terror, seguro que conocen su nombre. Es difícil no conocerlo, no tener una opinión respecto a sus historias, incluso sin haberlas leído, porque sigue existiendo cierta tendencia a considerar que el género fantástico, de ciencia ficción o de terror son eso, un simple género secundario que no puede considerarse del todo literatura. Por suerte empieza a romperse esa tendencia y, como señalaba Javier Calvo en un interesante artículo aparecido en Jot Down titulado «¿Puede la fantasía salvar a la novela en la década que viene?», cada vez son más voces las que observan el género desde otra perspectiva.
Algo parecido es lo que hace el libro The King, publicado por Errata Naturae (mayo 2019), con ensayos de escritores, filósofos y especialistas en literatura: adentrarse en el universo de King demostrando que es mucho más de lo que algunos piensan, siempre y cuando uno quiera leer un poco más allá. Habrá quien dirá que eso es añadir una lectura que el autor quizás no pretendía ofrecer con su obra, pero también hay quien dice que cuando un escritor pone el punto final a una novela, en realidad no está acabando el libro, ya que es el lector quien lo acaba, quien rellena los huecos, quien crea un cuadro en su interior a través de la historia, de sus referentes y su imaginario personal. Leer puede ser simplemente pasar páginas o analizar desde un punto de vista extraño aquello que no parecía analizable desde ese lugar. Encontrar a Nietzsche en La Torre Oscura, a Foucault en El Resplandor o ver cómo la filosofía de Simone de Beauvoir se relaciona con Carrie es algo que sorprende y que, debo reconocer, a nivel personal me fascina, porque une en un mismo lugar dos de mis pasiones: la filosofía y el terror y la fantasía. Pero eso sería otro tema. Al final, hay que tener en cuenta que la extraordinaria escritora Cynthia Ozick dijo de King: «Dejemos de lado lo del bestsellerismo y los estereotipos: este hombre es un genuino escritor de nacimiento. No es Tom Clany. Escribe con un extraordinario brío narrativo y su prosa desborda saber literario. Lo que hace no es algo sencillo, no es el mero palabrerío habitual de nuestros días, y no es una tontería. Y lo anterior tal vez sea una forma torpe de decir que algo es inteligente, pero eso es precisamente lo que quiero decir». Y si la autora de El chal dice algo así, por algo será.
Es recomendable adentrarse en este libro habiendo leído a King, pero quien no lo haya hecho también disfrutará. De hecho, tanto la entrevista de Tony Magistrale a Stephen King como el texto de Rodrigo Fresán son dos maneras magníficas de despertar la curiosidad, el interés o el deseo de leer a King, porque transmiten la pasión de quien escribe y de quien lee. Si se quiere ir un poco más allá, Greg Littmann y su «Stephen King y el arte del horror» nos muestran una mirada sobre el horror y la ficción desde diferentes perspectivas filosóficas, y Mariana Enríquez nos ofrece un recorrido por las mujeres de la obra de King. Ambos textos son dos maneras diferentes de acercarse desde lo concreto, pero a la vez desde cierta distancia, al universo del hombre que consiguió que Maine fuera sinónimo de terror.
Una vez cruzamos esa línea, los ensayos que encontramos se adentran mucho más en la obra y el imaginario de King. Aunque se trate de obras menores, escritas con seudónimos o de títulos que el propio autor del ensayo considera que no son buenos, se analizan en profundidad, siempre desde un prisma concreto. Por ejemplo, Laura Fernández, en su ensayo «Cuidado con lo que sueñas porque podrían salirle colmillos y empezar a correr detrás de ti», empieza hablando de un extraordinario cuento, «La pata de mono», de W. W. Jacobs, para ahondar en los horrores que pueden esconderse en aquello que deseamos. Joseph J. Foy y Timothy M. Dale nos hacen correr con El fugitivo y La larga marcha para estudiar el mundo que dibujan a través de la mirada de Arendt. Elizabeth Hornbeck nos deja entrar en el Hotel Overlook, y en otros hoteles cinematográficos, para analizar la heterotopía del terror desde Foucault. La muerte y el deseo de vencerla; los fantasmas, propios y ajenos; los terrores cotidianos que se retuercen hasta ahogarte… Cada autor realiza un recorrido por alguna de las características de las novelas de King para ofrecer una forma diferente de enfrentarse a su obra. Pero lo más interesante del libro no es solo eso, sino que, además, permite observar la literatura y el cine de terror desde otra perspectiva, otorgándole una profundidad que a menudo se le niega, y que a menudo puede tener.
Acabaré con un pequeño fragmento del texto de Rodrigo Fresán, en el que cuenta que, «cuando comencé a leer a King yo era más o menos alguien a punto de ser un ex niño pero todavía no. Y —como uno de los jóvenes de Stephen King—me había metido en problemas». Lo expulsaron de la escuela y él fingió que no pasaba nada, que nada había cambiado, pero en vez de ir a clase, iba a la biblioteca. Allí descubrió a King. «Allí —en la casi clandestinidad y escondido de mis padres—, supe, por primera vez, de la plaga de nosferatus arrasando ese pueblo de Maine y de los incómodos huéspedes sin fecha de check out en el Overlook Hotel en las Rockies de Colorado. Allí —de algún modo— sigo estando. […] Allí y así seguiré, igual que ese niño que alguna vez fui. […] Gracias por el miedo, su majestad. Larga vida a King».
Y larga vida a los libros.
¡Feliz martes y felices lecturas!
Inés Macpherson