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Hace unos años, descubrí un pequeño álbum ilustrado titulado Perdido y encontrado (Lost and Found), de Oliver Jeffers. Desde entonces, cada libro que publica, en solitario o en compañía, me sorprende y me fascina por partes iguales.
Este verano, me he enamorado de dos de sus obras, bueno de tres, aunque dos de ellas tienen a los mismos protagonistas: unos colores. El día que los crayones renunciaron y El día que los crayones regresaron a casa (publicados ambos por Fondo de Cultura Económica) son dos pequeñas joyas llenas de sentido del humor y ternura, escritas por Drew Daywalt e ilustradas por Jeffers.
Pero, para mí, el libro que demuestra que el mundo de la ilustración ha sabido llegar tanto a pequeños como a mayores es A Child of Books (que por ahora sólo he visto en inglés). También es un título compartido entre Oliver Jeffers y, en este caso, Sam Winston. Es, simplemente, perfecto. La historia es sencilla. De hecho, el texto es mínimo, pero lo que lo acompaña es extraordinario.
Como se puede comprobar en esta ilustración, la historia de esta niña que viene de un mundo de historias, que está hecha de ellas, sabe navegar por mares de palabras, perderse en bosques encantados… Y todos los elementos que aparecen, excepto la niña y el niño de la historia, proceden de libros. Encontramos fragmentos de distintas novelas formando las olas, los monstruos; los árboles y las ciudades son lomos de libros, páginas… Un homenaje precioso a la literatura y a la imaginación, que es libre y que puede tomar todas las formas posibles.
Y este libro nos recuerda una gran manera de ponerse de nuevo las pilas y enfrentarse al septiembre que está por venir: sumergiéndonos en libros.
Inés Macpherson