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Agustí Villaronga nos ofrece con su película «Pa negre» una visión desgarradora sobre cómo el mundo de los adultos puede llegar a afectar al de los niños. Situada en la posguerra española, la película transcurre en un pueblo de industria textil, donde los señores viven acomodados, comiendo pan blanco, y el resto vive como puede, probando, como mucho, «pa negre». El símbolo del pan negro sirve en diferentes momentos de la película para hacer hincapié en lo mucho que tuvieron los vencedores y lo poco que tuvieron los perdedores. En una escena, vemos a Andreu ante un plato con pan blanco y pan negro. El muchacho intenta coger el pan blanco, y una sirvienta le dice que ese no es para él. Lo tiene delante, pero él es hijo de perdedores, de republicanos, de personas que no tienen futuro… así que el pan blanco no es para él. «Para ti el negro», le dicen. En otro momento de la película, el profesor (un inquietante y desagradable Eduard Fernández, que borda el papel de persona que ya no espera nada de la vida, y que representa un tema que está en estos momentos, por desgracia, de actualidad), dice que él admira a los vencedores, porque fueron capaces de vencer. Una sentencia muy dura para los oídos infantiles que tiene como audiencia.
«Pa negre» es un film que no deja indiferente. Se adentra en las entrañas del espectador a cada paso, haciéndole entrar en un mundo sórdido, donde el odio va más allá de los ideales políticos, donde los diferentes son repudiados, donde el dolor se hace llamar locura, porque de esa manera se justifica que la gente diga lo que piensa… porque han perdido la cabeza. Para sobrevivir en ese mundo, es mejor mentir, ocultar, pretender que aceptas lo que te dicen, aunque el precio de hacerlo sea demasiado alto.
El paisaje es una de las bazas mejor jugadas del director. Los árboles, el monte, las rocas, cada uno de los rincones que los niños visitan en sus paseos entre casa y el colegio, son un marco perfecto para dejar volar la imaginación, para crear leyendas, para ocultar mentiras… En ese bosque ocurre la gran desgracia que desencadena la tragedia que vivirá la familia de Andreu, el protagonista de la película. Pero también en él, Andreu descubrirá a un muchacho por el que sentirá un afecto especial, que nadie más entiende. Un muchacho que quiere volar. Porque sólo volando, aunque sea en su imaginación, puede soportar el dolor del mundo que le ha tocado vivir.
La mirada de los niños (la de Andreu y la de su prima, que es manca a causa de una explosión) viste el mundo de los adultos de fantasias (unas fantasías macabras, llenas de fantasmas y monstruos, como hacía la niña de «El laberinto del fauno», una muestra de como a veces la fantasía es la única salida a un mundo en el que la crueldad, la pobreza y el desprecio hace que un niño no pueda ser niño durante mucho tiempo). De la misma manera que los niños utilizan la fantasía, los adultos se valen del autoengaño para ocultar un hecho que acabará por salir a la luz. Y es que, a veces, la pobreza y el hambre, puede hacer que un hombre se olvide de quien es y haga lo que nunca habría hecho en otras circunstancias. Por eso, a lo largo del film, otro de los conceptos que más se repite es la importancia de ser fiel a los propios ideales, a aquello que tenemos dentro. Sin embargo, ¿cómo ser fiel a uno mismo cuando quien te da ese consejo no lo ha sido consigo mismo?
Una película en la que la luz y la sombra se mezclan tanto en la pantalla como en la vida de sus protagonistas, «Pa negre» ofrece una narración donde el misterio, la lucha y el dolor se funden en ese pequeño muchacho llamado Andreu, interpretado por un magnífico Francesc Colomer, que deberá abrirse paso por la ocultación y la mentira de los mayores para saber qué ocurrió realmente en el bosque, quién es esa persona que antes simplemente era su padre, cuáles son los motivos que le mueven… Un gran viaje de descubrimiento que llevará a Andreu a convertirse precisamente en lo que nunca hubiese querido convertirse… aunque no lo diremos aquí, que es mejor descubrirlo en la pantalla.