Voy a ser sincera. Nunca he sido una gran fan de Star Trek ni me puedo considerar una entendida en el tema, pero quizás por eso Star Trek: Into Darkness me parece interesante. Es posible que los que han seguido la serie y las otras películas que no ha dirigido J. J. Abrams consideren que el director traiciona el espíritu original de la serie. Es posible. Yo no digo que no. Pero para alguien que desconoce ese mundo, tanto la primera entrega como esta Into Darkness son dos productos brillantes y que te mantienen pegado al asiento y haciendo que se te escape más de una o dos sonrisas, dejándote con ganas de más.
No pretende ser cine de altura, ni pasar a los anales de la historia del séptimo arte como una de las mejores películas de sus tiempos, pero cumple su función: entretener al público, arrancarle unas cuantas sonrisas y dar una buena dosis de acción y de destellos azules marca de la casa. Viendo las dos entregas de Star Trek que ha creado Abrams, uno comprende que, de la misma manera que directores de cine y de series han decidido transformar cuentos de hadas e incluso a superhéroes (véase el Batman de Christopher Nolan, a quienes algunos le critican haber abandonado su esencia de cómic para humanizarlo en exceso – un giro que yo, personalmente, he disfrutado en las tres entregas de este nuevo Caballero Oscuro), también le ha llegado la hora de la transformación a Star Trek.
Con el gran Benedict Cumberbatch (el Sherlock de la serie de la BBC que ha actualizado al detective y que ha demostrado tener unas dotes interpretativas más que interesantes y una voz cambiante y potente que llena la sala) como un villano magníficamente interpretado, lleno de carisma y matices; un Chris Pine que, a pesar de no ser un gran actor, hace que el capitán Kirk adquiera una nueva dimensión que lo hace entre entrañable y divertido; un impecable Zachary Quinto como Spock, y un Simon Pegg como el magnífico y divertido Scotty (este actor británico cada vez me gusta más), J.J. Abrams ofrece un espectáculo visual impecable. Es una cinta precisa, no sobran minutos de acción y además, sabe regalar momentos geniales, como la nave Enterprise saliendo del océano o la simple presencia Benedict Cumberbatch, que llena la pantalla sin necesidad de decir nada.
La nueva cinta de Abrams supera con creces la primera entrega que nos ofreció el director de esta nueva versión de la saga. Trepidante, es una nueva ocasión de presenciar las conversaciones entre Kirk y Spcok, esas dos vertientes del ser humano representadas en dos personas diferentes: la impulsividad y la racionalidad, que, como un ying y yang, acaban descubriendo que ambos tienen un poco del otro; una relación que empezó a gestarse en la primera entrega y que en esta cinta evoluciona para ser una de las bazas por las que apuesta el guión, con acierto. Y es, también, una nueva oportunidad de reconciliarse con su director, que últimamente ha demostrado que también puede hacer las cosas muy mal (véase el fiasco que supuso Alcatraz, como un ejemplo). Pero sin duda, lo mejor es, como decía antes, Benedict Cumberbatch y su personaje, que borda y del que nos gustaría saber más.
En definitiva, probablemente no sea la mejor película del año, pero si lo que uno espera es pasar un buen rato, disfrutar de una buena acción y unos cuantos efectos especiales, esta cinta no les defraudará.