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Pensar el futuro como metáfora de nuestra realidad, observar lo que hay del presente en aquello que imaginamos hacia delante, quizá para reflexionar sobre lo que podemos hacer, o no; quizá para reflexionar sobre nosotros mismos, sobre la naturaleza humana, sobre nuestra forma de relacionarnos con el otro, con la tierra. Esto es lo que nos ofrece Octavia E. Butler en La parábola del sembrador, un libro que acaba de publicar Capitán Swing y que nos lleva a un futuro que, para nosotros, es muy cercano en el tiempo, ya que empieza en el año 2024, pero que quizá nos resuena también porque podemos reconocer algunos aspectos de la sociedad que nos presenta. Como dice Gloria Steinem en el prólogo que «si hay algo más aterrador que una novela distópica sobre el futuro, es una novela distópica sobre el futuro que se escribió en el pasado y que ya ha empezado a hacerse realidad».
Lo cierto es que La parábola del sembrador es un libro que podrías subrayar por diferentes motivos, tanto por su calidad como por lo que dice, por la manera en que intuyes entre las descripciones de ese mundo ecos que te conectan con la realidad. ¿Y cuál es el mundo que describe Octavia E. Butler? Estamos en California, en el año 2024. El planeta está marcado por el calentamiento global: el clima se ha vuelto extremo en muchos lugares, no llueve en muchas zonas, y si lo hace es en forma de huracanes, de tormentas salvajes que arrasan con todo. Eso lleva a unas diferencias sociales brutales. La comida es cara, la vivienda también; el agua es más cara que la gasolina; los ricos y los poderosos poseen el agua, la electricidad y el cultivo de alimentos; poseen las empresas y las utilizan para explotar a los de abajo, porque saben que no tienen nada: se ofrecen trabajos a cambio de comida y techo, y en algunos casos, a cambio de un mísero sueldo que te obliga a endeudarte, porque te pagan con dinero que solo puedes utilizar comprando en las tiendas de la empresa y los productos son demasiado caros para que puedas comprarlos… Una esclavitud encubierta.
Podríamos decir que esos poderosos son una de las realidades sociales que conviven en ese futuro que imaginó Butler. La segunda realidad es la de la clase media baja, esa clase media que conoció el bienestar y que vive en vecindarios cercados por muros, armados, intentando conservar el orden de un pasado que no vuelve, confiando en que en algún momento las cosas irán a mejor, esperando que los políticos consigan mejorar la situación. Pero ¿puede mejorar? ¿A los poderosos les interesa perder esa posibilidad de seguir ahondando en la desigualdad? Una desigualdad que llega al extremo cuando observamos a los últimos, a los que realmente no tienen nada: los sin hogar, los indigentes, los que viven en las calles, en las autopistas; los que roban a los vivos y a los muertos para sobrevivir.
En este mundo, donde las mujeres y las niñas son violadas, donde algunas mujeres incluso son compradas o vendidas, vive Lauren Olamina, una adolescente de quince años, hija de un predicador. Ella es una de las privilegiadas, de las que todavía tiene una casa y un muro que la protege, a ella, a su familia y a sus vecinos. Se trata de una joven especial, no solo por su manera de pensar, lúcida y directa, sino porque sufre hiperempatía, una sensibilidad extrema que hace que sienta lo que sienten los demás, sobre todo el dolor.
A través de una primera persona impecable, Lauren nos ofrece su visión del mundo, pero también reflexiona sobre la actitud de todos aquellos que la rodean, y lo hace desde una mirada y una voz que desprenden belleza y crudeza por partes iguales. Sabe cómo utilizar la metáfora para explicar el deseo de ser, de volar, de salir de esa realidad, de la que no se puede salir realmente, solo sobrevivir, solo intentar tirar adelante; sabe cómo reflexionar sobre Dios y la religión, sobre el comportamiento humano y sobre la inacción, sobre esa manera que tenemos los humanos de indignarnos verbalmente (gritándole a la tele, a la radio o en Twitter, actualmente) por lo que ocurre, sea político o climático, mientras no nos movemos, no actuamos, no hacemos. Al principio del libro, se enteran de que ha habido un ciclón inmenso en el golfo de México. Lauren observa, reflexiona: «hasta el momento ha provocado más de setecientos muertos, que se sepa. Un solo huracán. ¿Y cuánta gente ha sufrido daños? ¿Cuánta va a pasar hambre después, por la destrucción de las cosechas? Así es la naturaleza. ¿Eso es Dios? La mayoría de los muertos son indigentes que no tienen adonde ir […]. Cada vez hay menos trabajo, más nacimientos, más niños que crecen sin nada a lo que aspirar. De una u otra forma, algún día todos seremos pobres. Los adultos dicen que las cosas irán a mejor, pero eso nunca llega». Esos adultos, esa gente que conoció una realidad mejor y espera que vuelva por arte de magia; esos adultos para quienes ir a una iglesia de verdad es «como volver a los viejos tiempos, cuando había iglesias por todas partes y demasiadas luces, cuando la gasolina era para los coches y los camiones, en lugar de para prender fuego a las cosas». Pero los viejos tiempos no volverán, porque la desigualdad crece, porque no parece que haya futuro o, como mínimo, un futuro que no implique la pobreza; Lauren lo sabe, y por eso su narración es afilada cuando debe serlo, disparando a todo aquello que consideramos inamovible, establecido, casi sagrado.
La mirada de Lauren sabe transmitir también la de aquellos que la rodean a través de diálogos, de comportamientos y de silencios. Nos permite dibujar un cuadro completo de la diversidad de su comunidad y de la realidad en la que viven; una realidad en la que el cielo está presente. El cielo lo observamos desde dos puntos de vista. Tenemos el cielo de la religión, esa promesa de un lugar mejor; y después está el otro cielo, el que vemos desde la Tierra, ese universo lleno de estrellas en el que quizá podremos vivir. Porque en medio de la pobreza, tenemos misiones espaciales, misiones que son vistas como un despilfarro por algunos, pero que también podrían ser una posible esperanza. Como dice Lauren, «Marte es una roca fría, vacía, casi sin aire, muerta. Y, sin embargo, en cierto sentido es un paraíso. Vemos el planeta en el cielo nocturno, un mundo totalmente distinto, pero demasiado cercano, demasiado al alcance de la mano de la gente que ha hecho de la vida en la Tierra un auténtico infierno». Este segundo cielo, el real, el que contemplamos con nuestros ojos, es importante para Lauren, porque se va mezclando en su conjunto de reflexiones, en la construcción de una teoría o religión (Semilla Terrestre) que pretende describir el mundo, no prometer uno más allá, tras la muerte.
Y es que La parábola del sembrador es una novela que habla del cambio climático, de la crueldad humana y la supervivencia, pero también de la posibilidad de crear una nueva ideología, de transformar una visión que parece no contemplar del todo la realidad. Es un libro que se atreve a reflexionar de una manera profunda sobre la religión y sobre el concepto de dios. «Semilla Terrestre tiene que ver con la realidad constante, no con figuras de autoridad sobrenaturales. La adoración no sirve de nada sin acción», dice en un momento Lauren. Y es que, para ella, dios es cambio, no un ente sobrenatural al que haya que adorar, un ser que ofrece un cielo al que poder aspirar en la otra vida. De hecho, para ella, ahí está la clave, porque el cielo que ella ofrece existe de verdad y no hace falta morir para llegar a él. ¿Es un cielo posible? ¿Se puede llegar realmente a él? ¿Es realmente la solución? Eso no lo sabemos, ni siquiera lo sabe ella, pero es un camino, es la idea de avanzar, de pensar en sembrar diferentes semillas y esperar que alguna crezca, que consiga caer en buena tierra, nacer, crecer, dar frutos…
La posibilidad de reflexionar de esta manera sobre la ideología y sobre la religión, permite que Butler construya una novela que sabe cómo gestionar la acción, pero sobre todo como gestionar el pensamiento. Tenemos un mundo dividido por muros, con miedo al de fuera, con miedo al otro, al pobre, al que ya no tiene nada que perder. Tenemos la violencia, salvaje, despiadada, explicada con una crudeza y una sencillez que hace que parezca casi normal, algo a lo que te acostumbras, provocando discusiones muy interesantes entre los protagonistas; tenemos las violaciones, la droga, una droga que hace que la gente lo quiera quemar todo. El fuego, ese fuego que parece que avance a medida que avanzas entre las páginas de la mano de Lauren. Observamos y caminamos por un mundo destruido, sin esperanza, salvaje y devastado. Y entre medio de ese horror, encontramos el oasis interior de una joven que no quiere darse por vencida, que, a pesar del dolor que siente, golpea; que, a pesar del hambre y el miedo, camina y piensa (de forma poética, pero también práctica): sus poemas, sus anotaciones, la forma en que observa la necesidad de actuar, de aprender y enseñar, de comunicar, de mirar más allá, no tras la muerte, sino en la vida, la propia o quizá la de las otras generaciones.
Lo que resulta fascinante es cómo, entre las descripciones y las reflexiones, nos podemos ver a nosotros mismos. Nos ofrece un país que «estaba lleno de gente que podía comprar o robar comida y agua, pero a la que le resultaba imposible alquilar siquiera un catre». Si miramos desde nuestra realidad actual, ¿esta frase puede despertarnos alguna imagen? ¿Un mundo en el que trabajas, pero no puedes permitirte ni siquiera un piso? ¿Un mundo en el que vamos construyendo muros que nos ciegan para no ver lo que hay a nuestro alrededor?
Podría seguir hablando de este libro, de las discusiones filosóficas y religiosas que encontramos, de la forma en que todo se desmorona por no querer ser consciente de lo que está ocurriendo y mirar hacia otro lado. Podría señalar la manera en que lo sencillo y lo poético se dan la mano en la prosa de Butler, en una gran traducción de Silvia Moreno Parrado. Podría seguir anotando aquí pequeños fragmentos que he señalado a lo largo del libro para guardarlos, para volver a ellos. No lo haré. Simplemente os animo a leer este libro y a descubrir a Octavia E. Butler (su trilogía Xenogénesis, publicada en castellano por Nova y en catalán por la editorial Mai Més, es otra maravilla).
¡Feliz lunes y felices lecturas!
Inés Macpherson