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Al Pacino, Barry Levinson, La sombra del actor, Philip Roth, The Humbling
Hacía tiempo que no me acercaba a una película protagonizada por Al Pacino, pero la dupla Pacino e historia basada en una novela de Philip Roth me llamó la atención. Y hay que reconocer que el resultado es altamente recomendable. La sombra del actor, basada en la novela The Humbling, narra una historia que nos puede resonar en cierto sentido a la oscarizada Birdman, pero la cinta de Barry Levinson tiene una profundidad más oscura, más desgarradora, con un toque de humor divertido y a la vez sádico, humillante, pues nos muestra una bajada al infierno más densa, menos colorida que la que nos ofrecía la película de Alejandro González Iñárritu.
Si en la historia protagonizada por Michael Keaton nos enfrentábamos a un actor con un pasado de superhéroe (algo que Keaton conoce a la perfección), cuyo personaje le perseguía en su mente para atormentarlo, aquí nos encontramos con un actor que empieza a perder facultades. Imaginen ser un orador y empezar a olvidar las palabras. ¿Qué pasaría si quisiéramos decir algo y supiéramos hablar, pero no encontrar lo que queremos decir, ser incapaces de recordar o de dar con la palabra justa? ¿Y qué pasaría si esa capacidad de hablar, de decir, fuera parte de nuestro trabajo, de nuestra pasión, de nuestra vida? ¿Qué ocurriría en nuestro interior? Ese hecho, esa ruptura interna, íntima y profunda, es lo que desencadena la narración, lo que inicia la espiral de descenso en la que cae Simon Axler.
El peso de la cinta cae en dicho personaje, interpretado por Al Pacino, ese actor capaz de lo mejor y de lo peor, capaz de sorprendernos con interpretaciones sobrecogedoras y capaz de sorprendernos por hacer papeles que te dejan frío. Por suerte, en La sombra del actor, aparece su mejor versión, la de ese actor que es capaz de sumergirse en un personaje para convertirse en el espejo del alma, en un despojo de sí mismo que lleva al límite de la parodia. Y es que, como apuntaba antes, la cinta trata del descenso a los infiernos de un actor que ha envejecido y que descubre que ya no quiere, y quizás ni pueda, actuar. Algo que, en lo que se refiere a la edad, resuena en Al Pacino, pero solo en lo que se refiere a la edad, pues a sus 75 años demuestra que es capaz de una interpretación que parece hecha a su medida.
Vaya por adelantado que se trata de una historia trágica, pero trágicamente divertida. La tragedia se masca, se presiente y aparece, pero a través de una historia que tiene también momentos esperpénticos, absurdos, que caen en la parodia y el ridículo, pero también en el humor negro. Se trata de un toque cómico que hace referencia al título original, esa humillación a la que se ve abocado el protagonista, quizás sin darse cuenta. Una humillación acompañada de una depresión que hunde a ese gran actor, Simon Axler, en una espiral de destrucción que se detiene gracias a la aparición de una joven muchacha. Hay quien se podría sentir incómodo con la idea de ese hombretón viejo y esa chica jovencita, pero el juego creado por Roth y por Levinson hace que, poco a poco, comprendamos que la relación es mucho más compleja de lo que podría parecer a simple vista.
Tanto los momentos iniciales del film como los finales son extraordinarios y tienen un paralelismo entre ellos. Analizarlos sería desvelar demasiado a aquellos que no han leído el libro ni visto la película, por lo que no diré nada. Sin embargo, sí diré que ambas escenas ocurren sobre un escenario, porque el mundo, la vida, como dice al principio el personaje de Simon Axler, es un escenario, y los hombres y las mujeres meros actores. Normalmente, en las obras hay un autor que decide qué debemos hacer, qué debemos decir. Pero en la vida, por desgracia, no hay narrador; narramos nosotros. ¿Cómo saber cuándo bajar el telón?
Inés Macpherson