Hace ya un tiempo que me declaro lectora de Víctor del Árbol. Me enamoró con La tristeza del samurai y desde entonces, lo sigue haciendo. En febrero de 2016, la editorial Destino publicó La víspera de casi todo (Premio Nadal 2016), un libro que tal vez no sea tan memorable y extraordinario como Respirar por la herida (hasta la fecha, para mí, su mejor novela, pues todavía recuerdo personajes y escenas), pero que sigue golpeando fuerte y ahondando en las sombras de los seres humanos y en los límites que podemos llegar a cruzar cuando nos asomamos al abismo.
Argumento
Germinal Ibarra es un policía de cincuenta años con un pasado que lo rompió cuando era niño y un presente del que intenta escapar, sin éxito. Tras resolver el caso del asesinato de la pequeña Amanda en 2007 y recibir condecoraciones y honores por ello, pide el traslado para apartarse de Málaga y ocultarse en La Coruña. Y durante un tiempo, parece que todo va bien, a pesar del dolor que lo acompaña, no sólo por la enfermedad de Williams que padece su hijo Samuel, sino por los actos que lo atormentan y le recuerdan quien es. Pero una noche, una mujer aparece en el hospital, apaleada, preguntando por él. Y se ve arrastrado a oscuridades ajenas, pero también propias.
También en Galicia, en una población de Costa da Morte, una misteriosa mujer decide huir de todo e instalarse como huésped en la casa de otra mujer, Dolores, para intentar desconectar de sí misma y de sus monstruos. Pero hay monstruos en muchos rincones del mundo, agazapados, silenciosos, escondidos tras la forma amable de unos ojos curiosos, dispuestos a aparecer cuando menos te los esperas y arrastrarte hacia las sombras.
Y después están Mauricio y Daniel, abuelo y nieto, solos y rotos, cada uno por sus razones, cada uno con sus secretos y su pasado.
Tres historias que se entrelazan, que se tejen en la oscuridad para mostrarnos el dolor, la fuerza del pasado y la memoria, y las cicatrices que pueden dejar… y que a menudo no se curan.
Opinión
Desde hace ya unos cuantos libros, Víctor del Árbol ha demostrado ser un maestro en el arte de tejer redes, de aunar personajes, historias, pasados y sufrimiento. Siempre con un trasfondo que nos retrotrae al pasado cercano de nuestra tierra o de tierras hermanas, construye un edificio sólido lleno de recovecos, de sombras y de historias que pesan en los hombros de sus personajes y en los del lector.
En La víspera de casi todo, explora de nuevo la culpa, el peso del pasado y la memoria, y, sobre todo, el dolor que va asociado, que se nutre y desgarra al que lo lleva atado a la piel. Pero no sólo araña la superficie y la profundidad de sus personajes, sino que nos araña a nosotros, a los lectores, mostrando un elenco de personajes con una oscuridad abismal que a veces nos hace retroceder, pero que, a la vez, nos atrapa y nos hace seguir leyendo para comprender, para descubrir qué piezas del rompecabezas llevaron a dichos personajes al filo del precipicio. Porque no sirve tan sólo exponer dicho dolor o decir que algunos de sus personajes son asesinos, culpables de crímenes que siguen impunes; eso sería quedarse en la antesala. Y el autor no lo hace nunca: se sumerge en la causa, en las razones, en lo que empuja, mueve y motiva a un ser humano a enfrentarse a sí mismo, a sus miedos y sus límites, a sus sombras y a sus monstruos… e incluso convertirse en uno.
Me quedo en lo general para hablar de los personajes, porque decir más sería desvelar parte de la trama, y, como en todas las historias de Víctor del Árbol, es mejor ir desgranando con ellos lo que arrastran. Y en este caso, arrastran un peso difícil de sobrellevar. Hay personajes que crees intuir; otros que ocultan unos entresijos más complejos. Pero da igual. Quieres seguir los pasos de ese policía cansado del que conoces, desde el principio, uno de sus mayores secretos. Quieres saber de qué huye esa misteriosa mujer que tiene el dolor incrustado en la piel y por qué. Quieres saber qué busca el anciano Mauricio, o qué se esconde tras la mirada de Daniel, tras esa extraña relación con Martina, donde el amor y el odio se mueven en un equilibrio que anuncia algo mucho más destructivo y doloroso de lo que uno podría esperar.
No es quizás la novela más desgarradora del autor (es lo que tiene haber escrito tantas y tan potentes), pero sigue demostrando que domina a la perfección el arte de adentrarse en las profundidades para desentrañar el peso del pasado y la forma en que se adhiere a la memoria y no te deja respirar; el peso de la culpa y el dolor, que te arrastra hacia un proceso de autodestrucción en espiral hacia el infierno. Sí, quizás algún lector pueda intuir de forma difusa por dónde van a avanzar los caminos, pero no importa. La densidad y la honestidad con la que va tejiendo paralelismos, anotando escenas que luego van definiéndose, y en las que, sobre todo, desnuda el alma humana y sus partes más recónditas y oscuras, hacen que penetres en sus páginas. Y es que todos tenemos sombras, aunque algunas, como en el caso de los personajes de Víctor del Árbol, son tan grandes que lo ocupan todo y te pierdes en ellas.
Inés Macpherson
Fuente: Anika Entre Libros