De la misma manera que Minority Report nos plantea la duda sobre qué pasaría si pudiéramos ver el futuro, si el hecho de ver ese futuro hace que iniciemos o no una cadena de acontecimientos que, irremediablemente nos llevará a dicho futuro, aunque intentemos evitarlo, las brujas de Macbeth plantean algo similar. ¿Hubiera cometido Macbeth su crimen atroz si las brujas no le hubieran dicho que iba a ser rey? ¿Por qué se lo dicen? ¿Buscan sembrar el mal plantando semillas de avaricia en los hombres o simplemente están jugando? El papel de las brujas, acompañadas en la obra por Hécate (diosa griega a quien, con el tiempo, se asoció con las fronteras entre el mundo humano y el de los espíritus), sirve de desencadenante, pero también como espejo de lo que el ser humano es capaz de hacer por la promesa del triunfo. Lo interesante en este caso es que, ante las brujas, hay dos hombres: Macbeth y Banquo; y mientras uno se obsesiona con la idea de ese futuro predicho por las brujas, el otro no lo hace; aunque pueda soñar con ese futuro, Banquo no hace nada, mientras que Macbeth siente la llamada del poder, aunque sienta, a su vez, que su naturaleza de hombre le advierte contra ese deseo y lo que implica.
La otra diferencia es que, en el caso de Macbeth, hay una mujer que lo insta a cometer ese acto impío para demostrar que no es un cobarde, sino un hombre de acción. Si quieres ser rey, actúa y arrebátale el trono. Para que luego digan que la lucha de Juego de Tronos es única… Todas las historias han sido ya contadas, sobre todo cuando se trata de exponer las debilidades y deseos humanos. La codicia, ese arma peligrosa que blanden los personajes de G.R.R. Martin, ya la blandió Macbeth en su momento. Y lo hace de nuevo a las órdenes de Justin Kurzel, con el rostro de un extraordinario y soberbio Michael Fassbender, que llena la pantalla con su presencia y su mirada, que sabe transmitir a la perfección la evolución de la mente de Macbeth, apresada por la culpa, por esa sangre que ningún océano podría limpiar…
En esta versión cinematográfica, el texto se ha visto recortado, pues escenas que en la obra de teatro son narradas por personajes, aquí las vemos ante nuestros ojos. Kurzel pretende, de esta manera, trasladar a la imagen la potencia del texto. Vemos la violencia y la capacidad de matar de Macbeth en unos primeros minutos de una belleza extraordinaria, donde la batalla es casi una danza en la que, de fondo, podemos intuir la presencia de las brujas, que lo cambian todo. También descubrimos pequeños cambios o añadidos. Por ejemplo, el avance del bosque de Birnam es, en el film de Kurzel, un incendio que lo tiñe todo de una niebla oscura y manchada de rojo. A su vez, encontramos imágenes e ideas que en el original de Shakespeare no aparecían ni se mencionaban, como el entierro del hijo de Macbeth. Con este trato mucho más visual, donde la imagen tiene, en ocasiones, más fuerza que la palabra, el director parece querer transmitir la poética de Shakespeare a los fotogramas. Y muchas de las escenas ganan en dramatismo y densidad estética, pues en la batalla inicial, la atmósfera creada con la presencia inquietante de las brujas, es inmejorable. Y es que el director ha creado una obra de arte. Cada una de las escenas que se suceden son de una belleza estética abrumadora. Son como cuadros, algunos con una oscuridad perfectamente encontrada; otros con la bruma de la locura que lo nubla todo… ¿Y por qué ha hecho algo así el director? Quizás porque quería evocar el entorno natural turbulento, la evolución de esa tierra cada vez más árida, para así darle una presencia mucho mayor al cuerpo, a la presencia física de los personajes y a sus actos, para unir ambas naturalezas, la que nos sustenta y la humana.
Es precisamente esa naturaleza humana la que Shakespeare siempre supo desnudar, mostrar en todo su esplendor, con todos sus defectos expuestos de forma brutal. En este caso, nos regala a Macbeth y Lady Macbeth, revestidos con un duelo por parte de Kurzel; un duelo que puede representar el vacío dejado por el hijo muerto, que ellos llenan con el hambre de poder. Un hambre insaciable, destructiva y macabra, que muestra la naturaleza más monstruosa del ser humano. Sin embargo, hay que matizar dicha monstruosidad. Ante las brujas, Shakespeare hace que Macbeth se asuste, no por estar ante seres sobrenaturales, sino porque siente lo que su profecía despierta en él: un deseo que va, como él mismo dice, contra su naturaleza de hombre. Algo similar comenta cuando Lady Macbeth arremete contra él por ser un cobarde. Él se defiende diciendo que es un hombre y que es capaz de hacer todo lo que un hombre haría, pero no más. En ese sentido, está indicando que matar al rey es algo que no entra dentro de esa categoría. Sin embargo, ella sigue vertiendo en él el valor que sabe que posee (por algo es capaz de cortar cabezas y partir a hombres por la mitad con su espada en plena batalla). La semilla del mal, plantada por las brujas, va tomando forma con ese llamamiento a su valor, con ese insistir en que, si no lo hace, si no lucha por lo que cree que merece, es un cobarde y menos que un hombre.
La aparición de las brujas y su confesión del futuro de Macbeth desencadena un proceso irreversible, donde todo se confunde y el bien se torna mal y lo bello, feo. La naturaleza, tanto en el sentido amplio como en el sentido humano, también se ve truncada. Hay un desajuste en el mundo, tanto simbólico como real, a nivel político y a nivel mental y moral del personaje de Macbeth. La luz que podría guiar el buen juicio, es sustituida por la noche. Quizás por eso la bruma está tan presente en la película de Kurzel: es la bruma que todo lo ensucia, que todo lo envenena, permitiendo que Macbeth cometa su crimen. La noche lo cubre todo, a nivel real y simbólico, porque la oscuridad toma el mando en el momento en que se clava el cuchillo.
Al matar a Duncan, Macbeth se transforma y se inicia la bajada a los infiernos, pues moralmente se ve manchado de forma imperdonable; carga con una culpa que no quiere compartir y, poco a poco, la locura y el miedo se apoderan de él. Lady Macbeth intenta quitarle hierro al asunto; pero ella no es la Cersei de Juego de Tronos y ella poco a poco comprende el alcance del mal que ha desatado con el acto de su marido. La crueldad que se muestra en la persecución que realiza Macbeth tanto de Banquo como de la mujer de MacDuff es multiplicada en el film, no solo porque estamos viéndolo, sino porque parece que Kurzel quiere mostrar hasta qué punto el mal puede adentrarse en el ser humano, plantar su semilla y crecer hasta arrasarlo todo. Escocia se queda aterrada ante la locura de su nuevo rey, que se aferra a las palabras de las brujas como si fueran las únicas verdades que existen. Y dicen verdades, pero siempre a medias, porque siempre hay una trampa, una segunda lectura… y por eso el incendio mueve el bosque de Birnam, y por eso un hombre nacido por cesárea no es nacido de mujer…
Podría seguir analizando la obra y la película, pues Macbeth es uno de los personajes más fascinantes de Shakespeare, uno de los que, como el Yago de Othelo, muestra las debilidades humanas en estado puro. Quizás por eso se le sigue considerando como uno de los mayores genios de la literatura; y quizás por eso se siguen adaptando sus obras, dándole nuevos giros, nuevos enfoques. Porque cuatrocientos años después de su muerte (este año 2016 se cumplen 400 años tanto de su muerte como de la de Cervantes), sigue siendo actual; y es que el ser humano, por mucha tecnología que tenga a su alcance, sigue estando hecho de la misma materia.
Inés Macpherson