Cuando uno abre las páginas de ¿Pueden suceder tales cosas? Cuentos fantásticos completos, de Ambrose Bierce (Valdemar, colección gótica; primera edición, marzo de 2005; tercera impresión, octubre de 2012), uno encuentra una pequeña introducción titulada «Noticias sobre el autor». Y lo que más llama la atención al empezar a leer es el interrogante que aparece junto a la fecha de la muerte del autor. Y es que Bierce desapareció en misteriosas circunstancias. En 1913, cruzó la frontera con México e inició un viaje sin retorno del que se desconocen motivos y desenlaces y que ha hecho correr ríos de tinta, como señalan los editores. De hecho, el escritor mexicano Carlos Fuentes se inspiró en la figura de Bierce para escribir su Gringo viejo (obra que, años después sería llevada al cine por Luis Puenzo e interpretada por Gregory Peck y Jane Fonda).
Cuando uno cierra el libro, tiene la extraña sensación de que un hombre que escribía así, tenía que convertirse también en un personaje de historia, en una elucubración de ficción. Porque, ¿pueden suceder tales cosas? A él sí, porque las imaginó. Y supo imaginar de una forma extraordinaria, porque consiguió aunar terror, sátira y humor negro en un mismo espacio. «Bitter Brice», apodo con el que lo llegaron a conocer sus contemporáneos, luchó en la Guerra de Secesión, fue periodista y, como este volumen de cuentos y otros libros indican, escritor. Y no uno cualquiera, porque más allá de su calidad, que la tiene, también hay que tener en cuenta la manera en que su obra se coló en la de otros.
La importancia y la influencia de Bierce se pueden ver en la forma en que recogen sus referentes otros escritores. Uno de los ejemplos más claros es el de Robert W. Chambers, en su El rey amarillo. Relatos macabros y terroríficos, también publicado por Valdemar, quien recoge algunos conceptos y nombres que aparecían en los cuentos de Bierce, como Carcosa (nombre que hace unos años llegó al gran público, junto al del rey amarillo, gracias a la primera temporada de la serie True Detective), Hali o Hastur, que aparecen en «Una habitación de Carcosa» y «Haïta, el pastor». Pero también se puede intuir en la obra de Bierce un guiño a autores pasados, como ocurre con «El funeral de John Mortonson», donde la imagen final puede hacernos pensar en alguno de los relatos de Poe.
Creo que uno de los aspectos más interesantes de los cuentos de Bierce es que casi siempre encontramos en sus historias un elemento que nos hace sonreír. Es una sonrisa macabra, como la que nos arranca la confesión narrada en uno de los fragmentos de «El club de los parricidas», cuando el joven va a explicar lo que ha hecho y se encuentra con un comisario comprensivo, porque él también es un asesino. Está explicado de tal manera que es casi imposible no sonreír. Es después cuando uno comprende el horror, tanto de lo escrito como de la sonrisa. Por suerte, a veces la sonrisa nace de un lugar más amplio, oscuro igualmente, pero desde un humor más abierto, como ocurre con el relato «El hombre y la serpiente», cuyo giro final es magnífico.
Entre los cuarenta y dos relatos que componen esta antología extraordinaria, encontramos obras que se adentran en lo macabro, en tumbas y cementerios, como «Una noche de verano»; otras, como «El maestro de Moxon», saben jugar con la ciencia ficción y nos presentan autómatas que deberían ser simplemente máquinas, pero cuyo comportamiento es tan humano como el nuestro, con todas sus consecuencias. También encontramos casas encantadas, fantasmas, asesinos… y muertos, muchos muertos. La muerte está presente, quizás porque la vio de cerca en la guerra, quizás porque es uno de esos temas que se adhiere al terror y que va tomando diferentes formas. Pero está allí, como también está el humor. Y es esa mezcla, esa manera extraña de hilvanar las sombras y esa risa oscura que se escucha de fondo, riéndose desde la oscuridad, lo que hace que Bierce sea tan fascinante. Sí, señoras y señores, pueden suceder todas esas cosas. Y más, muchas más, si deciden abrir este libro y dejar que la pluma de Bierce los lleve de la mano por esta inquietante galería.
¡Feliz martes y felices lecturas!
Inés Macpherson