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Encuentosydesencuentos's Blog

~ Un paseo entre cuentos y libros con Inés Macpherson

Encuentosydesencuentos's Blog

Archivos de etiqueta: Editorial Candaya

Mira que eres, de Luis Rodríguez (Candaya)

07 lunes Feb 2022

Posted by encuentosydesencuentos in Lecturas y reseñas

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Editorial Candaya, Luis Rodríguez, Mira que eres

«Mira que eres». Podría ser el inicio de una canción, de ese «mira que eres linda»; podría ser el inicio de una queja, de una reprimenda, esa voz acompañada de un tono despectivo que te dice, estableciendo cierta distancia, «mira que eres torpe». Desde la franja clara de la cubierta de este libro, ese Mira que eres, de Luis Rodríguez (Candaya, octubre 2021), podría ser una invitación a mirar lo que eres, aunque quizá faltaría una tilde, y en el fondo tampoco sabemos a quién le propone ese juego: tal vez a sí mismo, al lector, a otra persona, a los personajes que habitan el libro, a los autores que cita y que se mezclan en la trama… Miremos.

Podríamos citar a Magritte y a su Ceci n’est pas une pipe y decir que esto no es estrictamente una novela, aunque su forma exterior parezca indicar que sí, con esa imagen que nos saluda antes de abrir su interior, una niña que nos mira, sonriente, estableciendo el primer juego: ante esa fotografía uno espera descubrir una historia relacionada con lo que nos transmite la imagen. Y lo que encontramos no es estrictamente una historia, una novela o un cuento, pero está relacionada, porque no encontramos con la mirada, con las imágenes, esas imágenes que Blanca tenía en casa y que podían ser la representación de un personaje o de otro, dependiendo del día, dependiendo de la historia que ella quisiera contar. Y es que este libro también nos habla de las historias, de cómo las contamos, de lo que decidimos explicar, de cómo empezamos. Yo he decidido empezar así, aunque no sé si es la mejor manera de hacerlo, así que me intentaré organizar. O tal vez no, y volveré sobre mis pasos para decir que, en un momento del libro podemos leer «esto no es una novela, es la contemplación de un rescoldo», así que, en el fondo, ya nos avisan las palabras de lo que tenemos entre manos.

Mira que eres es unjuego literario, un puzle de historias y reflexiones que ofrecen un extraño hilo para ir hilvanando fragmentos, referencias y sensaciones sobre la vida, la escritura, el arte, la muerte…  un compendio de historias entrelazadas que dibujan la silueta de un personaje y de muchos otros, un abanico de hombres y mujeres, de nombres que aparecen y desaparecen, que se mezclan, como se mezclan las historias, los relatos y libros por los que deambulamos. La necesidad de contar una historia, de escucharla, de compartirla, de aprender a leer entre líneas; la lectura y la escritura (aunque también la música, el cine, el teatro, el arte en todas sus expresiones) como lugar de reflexión y de encuentro; fragmentos y citas de libros que disparan relatos, anécdotas, pensamientos.

El libro consta de un preámbulo y tres partes. ¿Están conectadas? ¿Acaso importa? El inicio ya te demuestra que hay que dejarse llevar, aceptar el juego, estar dispuesto a no hacer caso de las exigencias del cerebro, que sigue buscando esa línea continua que va del punto A al punto B. Aquí no importa, no es eso lo que nos ofrecen estas páginas, donde la escritura, la literatura, la identidad, la vida y la muerte se van colando por las rendijas de los relatos. Porque esos temas forman parte de todo relato, como el del pueblo que considera que «no desaparecemos mientras hagamos sombra. Solo la ausencia de sombra es la muerte definitiva». Frases que nos atrapan, se quedan en la retina, pero que luego nos llevan al cine, a hablar de la velocidad, de lo efímero… y de nuevo las sombras.  

En el preámbulo, que podríamos pensar que es una carta, una introducción, pero que es eso y más, porque aquí no se trata de delimitar y trazar fronteras, sino de tomar cada una de esas líneas que a menudo nos dicen que no debemos cruzar y diluirlas, combinarlas, amasar las palabras y las voces narrativas, encontramos una especie de biografía dirigida a alguien, porque «no te he contado…». Y quizá nos lo cuenta a nosotros, al lector, a otra persona que escucha, que lee, que forma parte de las palabras. Nos cuenta una historia, la de cómo se conocieron, la de él, pero en el fondo «no te hablo de él, te muestro el pliegue del tiempo que, por lo que sea, he elegido». La persona y su historia como espacio para narrar y reflexionar, para comprobar las heridas, los vacíos, mantener las sombras y observar el tiempo.

Tras esta especie de preámbulo llega la primera parte, ese “Un” que nos recibe dibujado sobre una pared. Aquí encontramos sesenta fragmentos que son una mezcla de relatos, aforismos, reflexiones… «Arrastramos la mirada por nuestro entorno sin ser conscientes de que somos lo que ella acarrea. Aquello en lo que nos detenemos, el tiempo que lo hacemos. Somos lo que miramos». Y miramos muchas cosas a lo largo de la vida; los ojos captan formas, personas, historias… Quizá por eso, aquí hay elementos cotidianos que se mezclan con las reflexiones y las referencias históricas: parejas, anécdotas; entramos en el Lidl y después nos adentramos en la culpa para saltar al siguiente fragmento y encontrar una referencia a la Ilíada. Gisela, el Lidl y los dioses, Marco Aurelio, Flaubert o Yourcenar se encuentran, no físicamente, pero sí entre las frases, que nos invitan a preguntarnos cómo definir un personaje, cómo nos afecta la lectura, por qué escribimos, cómo miramos, cómo vivimos.  «Escribo para mirar lo que no veo», nos dice. Y en esa frase hay tanto, que te detienes un segundo para tomar aire y continuar. De hecho, hay tanto en tantas frases que el propio libro te pide pausa, tranquilidad, leerlo poco a poco.

La segunda parte empieza también de una forma extraña, con alguien que viaja siempre caminando. Aparecen otros personajes, otras historias que nos hablan del teatro. Encontramos la idea de un escritor dios que puede poner a sus personajes las dificultades que quiera, para después ofrecerle las soluciones que ha imaginado, para después recordar que la vida no es así, que por mucho que queramos utilizar la imagen del teatro, de los espectadores, de los actores, la vida no es así. Hay también entre estas páginas una especie de biografía lectora, una gran cantidad de referencias, de títulos y autores que van apareciendo entre fragmentos de las historias y los diálogos de los personajes. Y la muerte, el suicidio, la identidad, el deseo de ser otro, esos temas que se van colando de forma natural, que nos ofrecen un espejo donde mirarnos, donde mirar.

La tercera parte es solo una frase. Palabras que podrían ser un final o un inicio. Una forma extraña de acabar que nos recuerda la forma del viaje que nos ha ofrecido Luis Rodríguez y que, en el fondo, también nos habla de esa necesidad que todos tenemos de contar historias.

¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson

Cuántos de los tuyos han muerto, de Eduardo Ruiz Sosa (Candaya)

22 lunes Nov 2021

Posted by encuentosydesencuentos in Lecturas y reseñas

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Cuántos de los tuyos han muerto, Editorial Candaya, Eduardo Ruiz Sosa, relatos

Hay libros a los que llegas sin darte cuenta y agradeces las casualidades, la posibilidad de adentrarte en sus páginas sin saber qué esperar. Cuando en 2019 vi la ilustración de Cuántos de los tuyos han muerto, de Eduardo Ruiz Sosa, publicado por la editorial Candaya, me llamó la atención esa Matrioska vestida de Muerte, esa Muerte convertida en Matrioska.

Al acabar de leer el libro, comprendes que hay un juego de historias dentro de historias, no porque haya relatos dentro de otros relatos, sino porque todos ellos están relacionados en cierto sentido por todas esas muertes que son muertes, pero también son otras cosas. Porque no se trata tanto de la muerte en sí, la física, la corporal, sino de lo que los muertos nos dejan, los recuerdos del vínculo, las incógnitas, el vacío. Y luego esas otras pérdidas: enfermedades, desaparecidos, incertidumbres, pérdidas, olvidos, que pueblan nuestra vida y nos arrancan pedazos. Eduardo Ruiz Sosa nos recuerda que, a veces, la única manera de guardar esos fragmentos que se pierden, esas vidas que se escapan, es a través del relato; un relato que se escapa a las certezas, como la memoria. Por eso las ausencias convertidas en historias son siempre aproximaciones, variaciones, ficciones. Unas ficciones que en estas páginas saben jugar con las palabras y los espacios, creando escaleras de frases para crear un ritmo, una cadencia, una determinada pausa en el discurso.

El primer relato que encontramos es «Desaparición de los jardines».  En él nos adentramos en el dolor de la enfermedad degenerativa, de la pérdida de la memoria, pero lo hacemos de una forma que va más allá de lo obvio, de lo palpable. La pérdida de la memoria de la abuela tiene un paralelismo en el hogar, en la forma en que el espacio también se va desintegrando: «No sé qué empezó a morirse primero, si la casa o la abuela». Cuando perdemos un hogar, perdemos una parte de nosotros. Cuando perdemos a una persona, perdemos una parte de nosotros, y cuando esta persona se va perdiendo, la sensación es que también perdemos espacios de memoria, esos lugares donde construimos relaciones, recuerdos… Por eso la unión de las dos desintegraciones,  ese irse apagando y rompiendo, dejando a oscuras pedazos de una vida. «Creo que a veces es la muerte la que nos hace miembros de la misma familia. Ciertas formas de la muerte. O específicas muertes con nombre y apellido», nos dice el narrador. Y nos regala imágenes como la de su abuela observando los azulejos de la cocina o fijando la vista en la puerta de la habitación, para después seguir avanzando por la memoria y la tristeza de ver cómo el tiempo y los recuerdos se mezclan, se pierden, duelen:

«Supe que lloraba durante la mayor parte del día

que le dolían los recuerdos

            pero ella misma no conocía

                        el origen de su llanto

que en cada objeto de la casa anidaba una memoria como una mordida, que esa forma de vivir en el ahora todos los momentos del pasado no tenía descanso».

Con el segundo relato, «La garra de la estatua», nos adentramos en una pérdida muy real: la pérdida de un ser querido, en este caso, la madre. El duelo se mezcla con el dolor de vaciar una casa, de preguntarse cómo reconstruir a una madre que ya no está y que ha dejado un vacío, el suyo, lleno de incógnitas, plagado de cosas que no sabías y que no sabes cómo convertir en historia, en relato. Vaciar una casa también es una manera de vaciarse, de reconstruir la memoria, la parte de la vida compartida y aceptar que habrá zonas en blanco que tendrás que rellenar con tus recuerdos, con ficciones o aprender a convivir con el silencio. La presencia de una estatua sin mano, el descubrimiento de ciertas supersticiones, leyendas y deseos permiten preguntarse por la madre, pero sobre todo aprender «que el mundo tiene dos dimensionas: una donde puede morir el cuerpo […] otro donde puede morir la memoria».

«El dolor los vuelve ciegos» es un relato que te rompe. Hay que tener en cuenta que, en este libro, Eduardo Ruiz Sosa nos habla de la muerte desde dos lugares: desde una tradición que sabe aunar simbolismo y supersticiones, y desde la cruda realidad de la muerte violenta, el dolor de la crueldad humana, la sumisión, la explotación, el maltrato, y los desaparecidos. Es el caso de este tercer relato, donde nos desgarra la incertidumbre, la repetición del ritual de ir a reconocer cadáveres y tener que decir «él no es»; una repetición de la herida en forma de palabras que nos recuerda el sufrimiento de esos vacíos que impiden reconstruir un relato, porque no sabes qué ha ocurrido y nada en el exterior parece capaz de decirte algo.

Con «La mirada médica», el autor explora un tema complejo, el de las decisiones que los padres pueden tomar para cuidar, teóricamente, de los hijos. Decir que el relato solo habla de esto sería ser injusto: hay amistad y hay dolor; hay la certeza que la muerte de los padres de los demás nos hace pensar en la muerte de nuestros padres, y la nuestra propia; encontramos la dificultad de vivir en el mundo cuando uno no encaja, y encontramos un punto de humor macabro que aligera el peso.  

En «El sanatorio de la intemperie» Eduardo Ruiz Sosa nos muestra la muerte natural y la muerte violenta, la del enfermo y la del asesinado, la muerte lenta y la muerte rápida. El autor explora la enfermedad, el sufrimiento que supone estar encerrado en un cuerpo que ya no funciona: alguien que vive en la frontera, porque la mitad de su cuerpo funciona y la otra no. Reflexiona sobre lo que significa ser hombre, ser cuerpo, estar expuesto al tiempo, al olvido, a la muerte, y cómo las personas reaccionan ante esa muerte en vida, el dolor que podemos llegar a sentir ante la muerte lenta de un ser querido al que ya no reconocemos en esos ojos y pensar que no podemos hacer nada para ayudar a un amigo.

Exploramos la ceguera como soledad, como experiencia de amputación del mundo a través de la oscuridad en el relato «Una voz sin cuerpo», una historia en la que dos hermanos saben que se quedarán ciegos y, en un momento, nos dicen que no salen de casa porque así, cuando se queden ciegos, no echarán de menos la variedad de lo perdido. Con «No tiene nariz ni ojos, pero sí boca», Eduardo Ruiz Sosa nos ofrece uno de los relatos más extraños del libro, el más simbólico, quizá, o el que sabe explorar mejor la reflexión sobre el relato, sobre la forma en que las historias nos cuentan, pero también nos pueden ocultar.

El fanatismo religioso, el machismo y el sometimiento aparecen en «Naturaleza de los fieles», un relato donde vemos la amputación de la dignidad de una mujer que «aprendió a sentirse segura si desaparecía de la mirada de los otros». Exploramos el perdón en «Muerte de David Brodie» y observamos a un actor que busca experimentar la muerte a través de sus actuaciones en «Que el mundo arranque tus ojos». Nos invita a observar la pérdida, a reflexionar sobre ser presencia, sombra, el fantasma de los demás, para contemplar el poso que deja la gente cuando muere. ¿Y si nuestra vida fuera nuestra en la medida en que es de los otros, en que los otros la hacen suya? Si nos acogen tras la muerte, si nos recuerdan, tal vez construyan a través de sus recuerdos lo que fuimos nosotros.

Llegamos al final del libro con «La desaparición de los siervos», un relato que nos habla de la pérdida del hogar y la identidad, y nos explica que las historias, los relatos y los sueños también son maneras de lidiar con esa pérdida. Creamos historias. Historias que nos llevan hasta el Post Scriptum, donde nos encontramos de nuevo con esa estatua, esa mano, ese deseo que no sabíamos si se había cumplido o no, ese vacío que tenemos que llenar y que estas historias intentan acompañar. Un libro fascinante y poético que indaga en los aspectos de la muerte, la pérdida, pero, sobre todo, de la vida.

¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson

La primera vez que vi un fantasma, de Solange Rodríguez Pappe (Editorial Candaya)

06 lunes May 2019

Posted by encuentosydesencuentos in Lecturas y reseñas

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Editorial Candaya, La primera vez que vi un fantasma, Solange Rodríguez Pappe

¿De qué están hechos los fantasmas? ¿Qué lugares habitan? En los cuentos que Solange Rodríguez Pappe ha reunido bajo el título La primera vez que vi un fantasma (Editorial Candaya, octubre 2018), los espectros tienen muchas formas, pero habitan los interiores, sobre todo los de las personas, aunque siempre aparezcan hacia fuera, entre las paredes de un hotel o en los nudos de una trenza. Y están hechos de sus miedos y deseos. Porque los humanos estamos hechos de ese material, y a veces se nos escapa de las manos y nos devuelve la mirada.

En estos cuentos, los fantasmas y los monstruos aparecen en la tripa de una gata embarazada, en el relato aparentemente inocente de una chica, en los sueños compartidos, en mundos distópicos y en relatos que son una especie de muñeca rusa donde personajes y lector tienen mucho que decir… o no. Lo extraño se arrastra por las calles, te observa desde la sombra, se deja intuir en una herida, en un vacío en la forma de una mujer que comprende que el dolor es otro fantasma, uno que puede ser muy cruel. Porque, al final, forman parte de nosotros.

LaPrimeraVez

Siguiendo la estela de otras mujeres que han sabido jugar con la idea de los fantasmas como algo que no habita el más allá, sino el más acá, donde las heridas internas supuran dolores y soledades que toman formas espectrales, Solange Rodríguez construye un conjunto de relatos donde nuestros deseos, tanto los de venganza como los de sentirnos queridos, adquieren una fuerza fantástica y sobrenatural. Son fantasmas que se adhieren a nosotros, porque en el fondo forman parte de nuestra piel y nuestros sueños. No son un susurro en la nuca ni una sombra difusa en el pasillo. No se esconden tras la puerta ni aguardan a asustarte en una esquina solitaria en plena noche. Son más bien espejos que señalan con el dedo los miedos que nos mordemos para que nadie los vea. Pero al final los vemos nosotros.

Lo más interesante de los relatos que forman La primera vez que vi un fantasma es la sensación de estar transitando por mundos extraños que, a su vez, son completamente naturales. La forma en que lo cotidiano se va transformando en extraño no resulta chocante, es casi como si tuviera que ser de esa manera. Es cierto que hay una preparación en la forma en que presenta la atmósfera, pero al llegar al final del cuento sabes que no podía ser de otra manera. Probablemente esto se consigue precisamente por esa capacidad de extraer del interior los fantasmas y dejarlos caminar a tu lado.

Hay relatos que se condensan en apenas una o dos páginas, jugando con ese don que tienen algunos escritores para crear una historia con casi nada. Simbólicos, con pinceladas de metaliteratura y atreviéndose a jugar con la estructura misma del cuento en el propio relato, recordando lo que es un final abierto, estos pequeños cuentos contrastan con los cuerpos más sólidos que los acompañan, donde la autora te sumerge mucho más, te lleva de la mano a un universo denso, no porque pese, sino porque te toca. Historias como la de «Matadora» o «La primera vez que vi un fantasma» son dos ejemplos perfectos de esta brumosa densidad que te envuelve. Son dos historias que, además, salpican con una realidad conocida, la del abandono y la violencia contra la mujer. En ambos casos, las protagonistas son conscientes de lo que ocurre, pero en cada relato la reacción es distinta, porque a veces podemos acoger a nuestros fantasmas, hacerlos nuestros, pero otras veces simplemente podemos observar cómo nos rondan, un recordatorio constante del hueco del que han salido.

La primera vez que vi un fantasma es una muestra más de la capacidad que tienen algunos escritores para jugar con el miedo desde otro punto de vista; un miedo que, aunque sea oscuro, no necesita ni la noche ni las sombras para arañarte por dentro.

¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson

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