Las casas, esos lugares que, según el personaje de Marion de The Woman Next Door, de Yewande Omotoso, son como una persona, un espacio que nos representa, pero que también puede convertirse en armadura, la capa de protección que permite mantener las apariencias, el disfraz que uno se pone para ocultar lo que escondemos dentro. Las casas, esos espacios en los que vivimos y ante los que pasamos, tan personales y a la vez tan lejanos: personales cuando los habitamos, lejanos cuando son simplemente un conjunto de paredes que guardan la vida de otros… o de nadie. Espacios que nos observan, con sus ventanas abiertas o cerradas, presencias que nos acompañan y que nos aterran si las encontramos vacías, de noche, caminando por una calle solitaria, sin farolas. Ahora imaginad una casa situada en una calle, Needless Street (la calle innecesaria), un tanto destartalada, con las ventanas tapiadas por maderas, con el bosque cercano; imaginad que pasáis a menudo, que oís voces en su interior, que veis que, de vez en cuando, sale un hombre. La última casa, la que se encuentra al final de la calle; una presencia que delimita la frontera entre la civilización, el mundo asfaltado, ordenado y pulcro de las paredes, y el mundo salvaje que crece entre los árboles, entre las sombras, donde todo es posible: enterrar el pasado, enterrar a los dioses, enterrar el dolor.
La casa al final de Needless Street, esta nueva novela de Catriona Ward que ha publicado Alianza en su magnífica colección Runas, nos lleva hasta esta calle innecesaria, a este lugar que parece un limbo, un espacio indefinido que supura extrañeza e incomodidad. Porque la historia que acompaña este espacio no es agradable: es la historia de una niña que desapareció once años atrás, junto al lago, esa niña del helado que apareció en las noticias, en los carteles; es la historia de su hermana, Dee, marcada por la tragedia que supuso esa desaparición, y empeñada en buscar a los sospechosos; y también es la historia de Ted, un hombre extraño que vive en esa última casa, aislado, con su gata Olivia y su hija Lauren. Sabemos desde un buen principio que él fue sospechoso de la desaparición de la hermana de Dee, pero no pudieron demostrar nada. Sabemos que es un hecho que le afectó, que recuerda, que lo persigue.
Tenemos el lugar y tenemos a los personajes. Con estos elementos, uno podría imaginar que estamos ante una historia clásica que nos llevará por caminos conocidos, porque se parece a muchas otras historias que ya hemos leído. Pero no es así. Y esa es la gracia del libro, del trabajo de construcción, de este puzle que nos propone Catriona Ward. Están todos los elementos, la atmósfera asfixiante, la angustia, los cambios de punto de vista, esas frases que nos dejan intuir, que hacen que sospechemos… pero están distribuidos de tal manera que, a medida que la lectura avanza, tenemos que ir replanteando el camino que creíamos conocer. Y es que La casa al final de Needless Street es un libro que sabe jugar con el misterio, con el género de terror, pero también con el terror mismo, porque el miedo palpita por todos los rincones sin mostrar una cara concreta y definida. Se habla de monstruos e intuimos esos monstruos, pero a veces los monstruos no son obvios, ni están en los lugares que uno espera.
¿Cómo construye Catriona Ward este engranaje literario? Lo hace a través de los diferentes puntos de vista que le permiten sus personajes. Tenemos a Ted, a Dee, pero también tenemos a Olivia, la gata de Ted, un personaje que ofrece mucho juego y que le da un toque de humor e ironía a la historia. A través de los ojos felinos observamos el mundo de los teds (los humanos) y observamos a Ted, ese hombre que nos resulta extraño, inquietante y a la vez entrañable: ingenuo y con mal humor, su mente parece quedarse en blanco a veces, y bascula entre el presente y el pasado, entre lo que ocurre en la casa y lo que ocurre fuera, en el bosque. En su mundo interior encontramos dioses a los que hay que desenterrar para que no los encuentren, grabadoras para registrar recetas, recuerdos de su madre, de esa vida pasada y rota, como la caja de música de la repisa, como esas muñecas rusas que nos miran en silencio y que nos indican que las vidas, y las historias, están conectadas, quizá una dentro de la otra, esperando a ser desenterradas, contadas.
Esta narración, en la que encontramos una mezcla de secretos, misterio, horror y sufrimiento, nos habla del dolor, de la supervivencia, de los traumas, pero también nos recuerda que, a menudo, no todo es tan sencillo como parece. Cada capítulo nos ofrece una mirada, un fragmento de historia que nos sirve para hilvanar los trozos; el problema es que, a veces, el siguiente capítulo nos da una información que no encaja del todo con lo dicho antes, ni con lo que nosotros imaginábamos. Narradores poco fiables que juegan con nosotros, o que, en el fondo, intentan construir ellos mismos la historia, porque hay tanto dolor que no pueden contarla de manera lineal, certera, concreta. Hay que escarbar, desenterrar los dioses, el pasado, el dolor y descubrir lo que oculta La casa al final de Needless Street. Si os apetece descubrirlo, abrid la puerta y entrad, porque el viaje vale la pena.
¡Feliz lunes y felices lecturas!
Inés Macpherson