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Ya sé que es un tópico decir que un libro te atrapa, pero lo cierto es que la nueva novela de Jesús Cañadas, Dientes rojos, publicada per Obscura Editorial, no te atrapa, sino que te agarra, te clava las uñas, te muerde y en ciertos momentos incluso te abre en canal. Estamos ante un libro que consta de dos partes: la primera, un thriller con todos los elementos clásicos de una investigación policial que se adentra en la oscuridad, el misterio y lo extraño; la segunda, un viaje al infierno donde la fantasía y lo terrorífico te esperan con los brazos abiertos para explorar el sufrimiento, la crueldad humana, el abismo que nos espera dentro. Las dos partes están relacionadas, se mueven en la misma realidad, a ambos lados de un velo muy fino que se rasga y nos deja ver las sombras, la sangre… y la necesidad de buscar algo sobrenatural que justifique un horror que, por desgracia, conocemos. Cañadas nos muestra el terror cotidiano y el extraño, los monstruos que te esperan en el portal, en la vida diaria, y los que habitan tras la membrana de la realidad, al otro lado, donde el horror puede tomar las formas más espantosas, una pesadilla a base de máscaras, vísceras, dientes y dolor, mucho dolor.  

Aunque haya quien siga negando la existencia de la violencia de género, es una realidad. Ha existido siempre. Durante muchos años hemos convivido con ella como si fuera algo aceptable. Recuerdo que una amiga de mis padres comentaba que, en su pueblo, cuando una de las mujeres salía a la calle con el ojo morado, lo que se decía era: «vaya, le ha tocado uno de los que pega». Se aceptaba como lo normal, como lo que la mujer debía aguantar. Calla, baja la cabeza, aguanta. Cuando yo iba al instituto, existía aquella absurda teoría que defendía que el «no» de una chica, sobre todo si lo repetía varias veces, quería decir «sí». Y así podría seguir, señalando la violencia verbal, la violencia judicial, que sigue preguntándole a una chica si se ha resistido suficiente o si llevaba una falda demasiado corta… Y os preguntaréis: ¿qué tiene que ver todo esto con el libro? Todo, porque, por desgracia, estos horrores tan reales transitan por las páginas de este libro en todas las formas posibles.

Para muchas mujeres, la primera escena de Dientes rojos es algo familiar. Sentir que un hombre te sigue por la calle y el miedo que eso implica; la gracia es que Jesús Cañadas no explica esa escena desde la perspectiva de la chica, sino desde la del hombre, Lukas Kocaj, el protagonista de la primera parte del libro. De esta manera, la presentación del personaje de Kocaj resulta extraña, porque fascina e incomoda a la vez, algo que será una constante en el libro: tanto él como su compañero, Otto Ritter, son personajes con muchas capas, muchas sombras, imperfectos. Aquí no hay héroes de brillante armadura y corcel blanco. Aquí hay humanos rotos, llenos de heridas, de sombras… Si nos centramos en el argumento y en la presentación clásica de personajes, podríamos decir que Lukas Kocaj es un joven policía que tendrá que investigar el caso de una joven desaparecida, Rebecca Lilienthal, y lo tendrá que hacer junto a un veterano con un carácter bastante desagradable, Otto Ritter.

En la primera parte, mientras seguimos la investigación, recorremos las calles de Berlín y descubrimos sus barrios, los cambios sociales que han ido transformando la ciudad. Descubrimos sus luces y sus sombras, el racismo que palpita en algunos rincones… Y es que Dientes rojos no solo habla de la violencia de género, sino que habla de la violencia, del maltrato, del racismo, de la brutalidad, de la crueldad en muchas de sus formas. Va lanzando dardos a diestro y siniestro, mostrando la parte menos hermosa de la vida: la enfermedad, con todos sus fluidos; el abuso, el desprecio, y el dolor, mucho dolor, del real, del que muerde porque reconoces, y del que te lleva al otro lado del velo, ese lugar al que accedes mediante un ritual, una ofrenda que te lleva al hoyo, a la zona de fumadores, al Rey (ese Rey que nos puede llevar a Hastur, a Chambers, a True Detective…)

Los espacios que crea Cañadas son tan visuales que te acompañan días después. Puedes pasear, tocar y oler el incendio y sus libros ocultos, el Hoyo, el internado en el que desaparece Rebecca, el piso de Kocaj, la habitación de su padre, el extraño antro de Babsi, donde Kocaj comenta que siempre son mujeres, y Babsi nos recuerda que son siempre los hombres. El libro está lleno de instantáneas que te atrapan, de escenas que te arrastran a la oscuridad, que hacen que en ciertos momentos apartes la mirada, porque las imágenes son devastadoras, viscerales, puedes tocarlas y duelen.

Aquí querría hacer un pequeño apunte: hay quien ha comentado que hay mucha violencia en este libro, que incluso puede ser gratuita, que la presencia de Rebecca incomoda, es desagradable. Pero quizá es necesario que lo sea.  Quizá es necesario llevar el horror al límite para empezar a comprender el dolor acumulado; quizá si unimos todo el horror en un espacio, en un cuerpo, alguien pueda empezar a comprender la profunda herida que lleva abriéndose en la piel, en el cuerpo de las mujeres, cansadas de tener miedo, de ser víctimas, de ser las culpables por ir solas, por beber, por hablar, por existir. Hace unas semanas leí El año de gracia, de Kim Liggett (Salamandra), un libro en el que también se explora la violencia hacia las mujeres en una sociedad donde alguien ha decidido que las mujeres sueltan un afrodisíaco por la piel al que los hombres no se pueden resistir y por eso pasa lo que pasa… Como no, son ellas las que deben desprenderse de esa magia, someterse, destrozarse, alimentando ese círculo de dolor en el que siempre se buscan excusas fuera, nunca se mira dentro. Jesús Cañadas nos hace mirar en ambas direcciones, dentro y fuera, a ambos lados del velo. Por eso es tan importante la segunda parte del libro, porque llena los huecos que no podíamos llenar en la primera, pero también porque nos permite ir mucho más allá: los símbolos cobran fuerza y sentido, el viaje se vuelve más oscuro y nos empuja a reflexionar sobre la violencia, sobre la importancia de la educación para cambiar las cosas y sobre el dolor de sentirse siempre víctima.

Jesús Cañadas ha creado un libro que es como una bofetada, que no te suelta, que sabe jugar con el género y consigue mezclar perfectamente thriller y terror sobrenatural. Quizá no sea apto para todos los estómagos, pero es un viaje fascinante al lugar en el que acechan las sombras humanas, a la crudeza de la realidad que vemos constantemente y que sigue rasgando el velo.

¡Feliz martes y felices lecturas!

Inés Macpherson