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¿Cuántas versiones podemos encontrar de la Caperucita Roja? ¿Cuántas historias parecen narrar acontecimientos similares a los cuentos que conocemos con el título de Barba Azul o La Cenicienta? Existe cierta tendencia a imaginar que la versión que hemos escuchado (o visto) durante nuestra infancia es la única versión del cuento de hadas, como si esos cuentos fueran inamovibles, rígidos, algo muerto que cuenta una única cosa, de una única manera y según los cánones establecidos por una persona o una época, que curiosamente es muy cercana a la nuestra. Pero si uno se acerca a la recopilación de Cuentos de hadas de Ángela Carter, por ejemplo, descubre que hay varios matices. Y si tras esa lectura uno se acerca a La cámara sangrienta, de la misma autora, descubrirá que esos cuentos permiten hacer relecturas mucho más ricas de lo que a veces imaginamos. Cuando le explicas a alguien que existe una versión antigua de Caperucita en la que ella se quita la ropa, o una versión de Cenicienta en la que el padre no muere, sino que permite abiertamente el abuso que recibe su hija por parte de la madrastra, hay quien se sorprende, porque no es la historia habitual, la que se ha dado por buena. Si eso ocurre con las versiones antiguas, ¿qué reacción pueden provocar las nuevas relecturas que se han hecho desde la literatura, el arte o el cine? ¿Qué pasa cuando uno descubre una nueva mirada que busca dar otra vuelta de tuerca, una nueva posibilidad?

La recopilación de ensayos que encontramos en Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos, de Ana Llurba, publicado por la editorial WunderKammer en la colección Cahiers, es precisamente una manera de ahondar en las nuevas lecturas y reescrituras del mundo del cuento de hadas que se han realizado durante el siglo XX.  ¿Y por qué acudir a los cuentos de hadas? ¿Por qué seguir explorando sus temas, los arquetipos, los elementos como la relación de la mujer y la curiosidad, la imagen del lobo, de la bruja o los espejos? Porque hay algo especial en esos elementos. «Pocas expresiones tienen el poder performativo de “Érase una vez…”. Como una invocación mágica, esa frase inaugural no solo anuncia un comienzo, sino que también nos invita a proyectarnos, a anticiparnos a lo que viene a continuación de esos puntos suspensivos, a adelantarnos a los horizontes narrativos, tan arquetípicos y previsibles, de los cuentos de hadas», dice Ana Llurba al inicio del primer ensayo de este libro y que sirve, a su vez, como introducción. Y tiene razón: hay algo mágico en esas palabras, algo que sitúa al narrador y al lector o al oyente en un lugar muy concreto, aquel en el que cierta parte del tiempo se suspende y entramos en contacto con lo simbólico, con lo ancestral, con aquello que une infancia y edad adulta, aquello que nos recuerda todo lo que se encuentra en el interior de un cuento, todas las lecturas que podemos hacer si estamos dispuestos a hacerlas.

En estos ensayos, que dialogan entre ellos, encontramos una reivindicación de la voz femenina, como narradora, como protagonista y como creadora. También encontramos apuntes y análisis de los cuentos originales, en muchos casos aquellos que no habían sido todavía modificados para encajar en la época, y a través de ellos caminamos hacia historias que han buscado reconstruir uno de los temas, darle la vuelta, explorar los límites, darle voz a aquellas que quizá no la tuvieron. De esta manera, este libro se convierte en algo más que en un estudio del cuento y sus relecturas: es también una puerta, una invitación a descubrir relatos, autoras, cineastas y artistas. En cada apartado, Ana Llurba te lleva de un nombre a otro, de una historia a otra y eso hace que el lector vaya anotando aquello que le llama la atención, los títulos de cuentos, los libros que desconocía o que querría volver a releer con esta nueva perspectiva.

Hay quien considera que el cuento de hadas es algo exclusivamente infantil y es posible que esa idea haya hecho que lo vayamos limando, eliminando partes, edulcorando otras (hay quienes, por ejemplo, cuentan una versión de Hansel y Gretel en la que los niños no son abandonados, sino que se pierden en el bosque). Pero durante mucho tiempo, el cuento de hadas no fue una lectura únicamente para niños. El cuento, lo que evoca, lo que nos explica, llama a la puerta de todas las edades porque a todos nos está contando algo; por un lado, son el espejo de la época en la que lo escribieron; por otro, hablan de una serie de arquetipos y temas que recorren la literatura popular y nuestro imaginario desde hace mucho tiempo. Por eso, todo lo que habita el cuento y las relecturas que se están haciendo desde hace años son importantes, porque hablan de algo profundo, por la simbología que nos ofrecen y porque, en el fondo, también son una invitación a adentrarse en el laberinto de la narración, a redescubrir la forma en que se tratan temas como la curiosidad o la independencia femenina, un tema que nos lleva a Barba Azul, pero también a esa extraña obsesión con dañar los pies de las mujeres en diferentes cuentos (y de formas diversas); las versiones violentas de la Bella Durmiente, que fueron suavizadas después, pero que apuntan a temas muy actuales…

Con una prosa sencilla, Anna Llurba nos hace transitar por la obra de Angela Carter, de Margaret Atwood, de Mariana Enríquez o de Kristen Roupenian, entre otras. Analiza sus versiones, nos invita a ver cómo dialogan entre ellas a través de los temas, de esa visión femenina que busca romper ciertos límites. No estamos ante una lectura farragosa o densa, sino ante una puerta de entrada a un mundo literario y artístico mucho más amplio y rico de lo que a veces pensamos. Eso sí, es una lectura para hacerla acompañada de una libreta y un lápiz, para ir anotando nombres, ideas, relaciones…

¡Larga vida al cuento!

¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson