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Hoy se cumplen 170 años de la muerte de Edgar Allan Poe. Quien más quien menos conoce este nombre e incluso ha leído alguno de sus cuentos o ha escuchado o recitado ese «Nevermore» que Vincent Price o Neil Gaiman saben pronunciar tan bien cuando recitan The Raven. Para mí, Poe es el escritor que lo cambió todo. De hecho, cambió muchas cosas en el terreno literario, pero hoy quería hablar desde un lugar un poco más personal.

Cuando tenía unos trece años, en clase nos hicieron leer una pequeña recopilación de Edgar Allan Poe. Era la traducción al catalán de Carles Riba editada por Quaderns Crema, y allí descubrí un lenguaje que entendía, pero que a su vez me resultaba extraño; un mundo que reconocía, pero que me hablaba de una oscuridad que me golpeó. Allá estaban «Hop-Frog», «La máscara de la muerte roja», «El pozo y el péndulo» o «El gato negro». Era una recopilación de clásicos. Una recopilación que todavía conservo y que acompaña a todas las otras ediciones que tengo de este autor: en castellano y en catalán, ilustradas o con prólogos magníficos y traducciones de Julio Cortázar.

Poe_Harry Clarke

Ilustraciones de Harry Clarke

¿Por qué supuso un cambio tan importante en mi concepto de lo que era la literatura? Pues porque por primera vez alguien hablaba de las sombras interiores, aquellas que yo intuía, y de los monstruos que generamos o en los que nos podemos convertir. Cuando desde pequeña tienes cierta tendencia a observar el lado oscuro, a mirar la muerte de frente y comprender que la vida no es tan simple ni luminosa como a veces nos quieren hacer creer, descubrir a alguien que habla de los monstruos que llevamos dentro, del horror interior, de la obsesión, del miedo, de la angustia vital que te puede llevar al límite, hace que comprendas que no eres tan extraña como te hacían creer. Cuando te dan permiso para leer historias donde la muerte está tan presente, te sientes un poco menos sola cuando escribes cuentos donde las ciudades se abren en canal para comerse a la gente o las casas te atrapan para que formes parte de las paredes o las ventanas, prisioneros para siempre en una frontera entre la vida y la muerte, observando el mundo, pero sin poder gritar para que alguien te vea. Yo escribía sobre los monstruos que construimos a nuestro alrededor como prisiones, encerrados entre cuatro paredes, interiores y exteriores, de las que no podemos salir o de las que creemos que no se puede salir. Nunca me había imaginado que se pudiera hablar desde el lugar desde el que lo hacía Poe, y me pareció extraordinario, por su manera de crear atmósferas, por la forma en que daba voz a la muerte y a los muertos, a los recuerdos, al olvido; por la manera en que te iba llevando hacia un clímax maravilloso y, a menudo, poético.

Después llegaron Bradbury y Dahl (a quienes descubrí gracias a las clases de inglés, porque a excepción de Poe, el resto de lecturas siempre fueron bastante clásicas), que son los otros pilares literarios que siempre me acompañan. Tres patas de una mesa que acabó por completar Gaiman, quien a veces tiende un puente entre Poe, Bradbury y él mismo, ofreciendo una magia que sabe jugar con la luz y las sombras. Pero, ¿qué tiene Poe que no tengan otros autores? Quizá simplemente me enamoré de su manera de escribir por el momento, por la edad, porque era algo que se alejaba de las típicas historias juveniles que nos hacían leer. Quizá se quedó conmigo porque abrió una puerta que nunca se ha cerrado. Pero, en el fondo, hay que tener en cuenta que Poe, más allá de lo que pudo suponer para mí, fue el primero en muchas cosas. Su Auguste Dupin abrió la puerta a Holmes y a toda una saga de detectives. Y fue el primero en dejar de lado los monstruos exteriores (sin olvidarse de ellos, porque había horrores más allá de la puerta), para adentrarse en el horror interior, los monstruos más humanos que no necesitan volver de la muerte para arañar-nos y vestirnos de angustia.

El narrador en primera persona de muchos de estos relatos te permitía ponerte en la piel del vengativo Montressor y bajar con él a las catacumbas; te permitía descubrir la voz del protagonista de «El corazón delator», quien decía no estar loco mientras podías imaginar como el tono de voz iba aumentando, latiendo más fuerte, como el corazón que había escuchado tantas veces de noche, «con un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón»; te permitía descubrir la angustia de quien sabe que ha perdido la cabeza bajo los efectos del demonio de la intemperancia y ha cometido un crimen atroz mientras intentaba cometer otro igualmente brutal. Poe nos ponía un espejo delante sin intención de desfigurar, sino para que pudiéramos tener presente que, a veces, somos como el personaje de «El extraño» de Lovecraft, y hasta que no nos vemos realmente no somos conscientes de todas las sombras que podemos tener dentro. Siempre es más fácil definir el mundo mediante una dualidad clara, con una frontera entre luz y oscuridad, bien y mal que no admita grises. Pero el terror que inició Poe y que llega a nuestros días nos habla precisamente de todo lo que hay entre medio, de la forma en que alguien que es como nosotros, los llamados normales, puede transformarse.

Cuando, años después, descubrí el placer de la narración oral, decidí dar voz a esas historias que me habían hecho la persona que era, que habían construido mi mundo literario interior y exterior, porque de ellas surgieron muchas otras pasiones en forma de libros. Como narradora, ponerse en la piel de estos personajes es extraordinario, porque necesitas vivir lo que dicen, lo que hacen. He escuchado a Vincent Price recitando a Poe, narrando sus cuentos; también a Neil Gaiman o, en castellano, a Juan Echanove. Lo hacen mucho mejor que una servidora, que simplemente es narradora, no actriz, pero si tuviera que escoger un único autor para narrar el resto de mi vida, probablemente sería Edgar Allan Poe, porque ya llevo muchas de sus historias y de sus palabras conmigo.

Por eso, hoy os dejo un cuento de Poe que narré hace unos años, porque, aunque haga 170 años de su muerte, su voz y sus historias siguen latiendo, como el corazón delator:

 

¡Feliz lunes y Poe-ticas lectures!

Inés Macpherson