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Uno de los mayores placeres de la lectura es descubrir a un autor, o autora en este caso, que no conocías. Hay libros a los que te acercas por casualidad, a ciegas, y aciertas. Este ha sido uno. La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward, publicado en castellano por Sexto Piso y en catalán por Edicions del Periscopi bajo el título Canteu, esperits, canteu, es una obra extraordinaria, de una fuerza brutal, tanto a nivel poético como a nivel narrativo.

Nos cuenta la historia de Jojo y su hermana pequeña Kayla, que viven con sus abuelos negros en una granja cerca del bosque. Leonie, la madre de los chicos, está presente en su vida de forma esporádica. Superada por la maternidad y por la pérdida prematura de su hermano Given, al que ve a menudo cuando va colocada, Leonie oscila entre la desesperación y el enfado constante. Cuando se entera de que Michael, el padre blanco de los chicos, está a punto de salir de prisión, decide ir con los pequeños a buscarlo a la cárcel, Parchman, la misma penitenciaria en la que estuvo el abuelo, Pa, cuando era un adolescente. Durante el viaje, Jojo y Kayla descubrirán el mundo de sus padres, pero también el de sus abuelos. Un viaje que les hablará de la vida, de la muerte y del peso que algunas personas llevan atado a la espalda, como un fantasma que les corroe por dentro… y por fuera.

La canción de los vivos y los muertos

 

«El hogar tiene que ver con la tierra. Si la tierra se abre para ti. Si tira de ti tan fuerte que el espacio entre tú y ella se funde y sois sólo uno y late como si fuera tu corazón. Al mismo tiempo. El sitio donde vivía mi familia… es un muro. Es un suelo duro, madera. Luego cemento. Sin nada abierto. Sin latido. Sin aire». Así habla uno de los personajes de La canción de los vivos y los muertos, Richie. Con esta reflexión, une tierra y vida, pero también tierra y muerte, dos binomios que circulan a través de las páginas de esta novela de forma intensa y que nos recuerdan el fino velo que las separa. Un velo que tiene, en este caso, forma de canción. La presencia de la canción probablemente tiene que ver con el título original, Sing, Unburied, Sing, que hace referencia al góspel, a ese canto que se alza y va más allá de la tierra, más allá de la carne.

Estamos ante una novela que ha sido galardonada con el National Book Award, un premio que la autora ya había recibido con anterioridad. Y aunque al hablar de dicho premio, y las razones por las que se lo han dado a esta novela, muchos buscan comparar la prosa de Ward con la de grandes clásicos, creo que merece ser valorada por sí misma. Porque es una historia con cuerpo. Se alza ante ti. Puedes ver lo que narra. Puedes tocarlo e incluso olerlo. La forma en que hace hablar a sus personajes les da solidez, materia. Puedes escuchar la voz áspera y profunda de Pa, y con ella llega su presencia, la que ve Jojo y la que te transmite al explicar su relación, sus historias. Una aspereza que recorre toda la historia, porque nada de lo que nos cuenta es amable. Quizás lo más amable sea cierta visión de la muerte, y ni siquiera entonces parece que los personajes puedan encontrar la paz. Hay algo que duele, algo que va más allá de la propia historia, y que entronca con la memoria que guardan. Como la tierra, que recuerda que la han pisado, ellos recuerdan los golpes y los insultos que han recibido, ellos y los suyos, a lo largo de los años. Por ser de otro color. Por ser distintos. Por ser considerados menos que humanos.

Aunque sea un tema que ha aparecido en otras novelas, del que se ha hablado largo y tendido, sigue siendo abrumador leer con tanta crudeza el retrato de la crueldad humana. Porque sigue existiendo. Y porque sabes que lo que viven es tan áspero como la prosa de Ward, que, aunque no se recrea en lo violento, nace de unas entrañas que son más grandes que ella, más amplias. Como la tierra.

Narrada desde tres puntos de vista distintos, el de Jojo, el de Leonie y el de Richie, la historia va mostrando un laberinto emocional que une presente y pasado y que sabe mezclar la mirada ingenua de los niños con el dolor que callan los adultos. Dos universos que, a través de esta especie de road trip que plantea Jesmyn Ward, irán rompiendo la barrera que los separa. Porque poco a poco todas las barreras se van separando, las del tiempo y la memoria, pero también las de la vida y la muerte, el rencor y el perdón. Con un lirismo que contrasta con la aspereza de ciertos pasajes, vamos adentrándonos en una forma de comprender la existencia, el recuerdo y la culpa, que le da un aire mágico a la novela. Una magia necesaria para entender que todas las cosas y todas las personas guardan heridas. Y que a veces pueden calmarse con una canción. Una canción que te ayuda a encontrar esa casa, ese hogar en la tierra que respira, te acoge y te sostiene.

¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson