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Ahora que se acercan las fechas navideñas, abundan las listas de los mejores libros del año o, como mínimo, aquellos que podrían ser recomendados como posibles regalos. Bien, no sé si este es el mejor libro del año, pero probablemente sea uno de los mejores que he leído: Los asquerosos, de Santiago Lorenzo (Blackie Books, octubre 2018)
Argumento
Manuel es un joven que lleva una vida anodina. No encaja en la sociedad, le cuesta relacionarse con el prójimo, aunque desespera por conseguirlo, y va encadenando trabajos mediocres para sobrevivir en una ciudad que va devorando cada vez más a todos aquellos que no tienen un barco, porque ya no sirve saber nadar.
Un día, decide salir de casa a comprar y se encuentra con una manifestación. Un antidisturbios, creyendo que el chico es un manifestante que se quiere esconder, va a por él. Y Manuel, que siempre va con un destornillador en el bolsillo (amuleto extraño del que no se separa), se defiende. Hiere al antidisturbios. Y eso desencadena la huida. Una huida al campo, a una aldea abandonada, en la que sobrevive gracias a los comestibles que su tío le envía gracias al servicio de entrega de Lidl. Y poco a poco se va desprendiendo, porque cuanto menos tienes, menos necesitas.
Tras un argumento como este, ¿qué se puede decir? Pues algo muy sencillo: lean este libro. Con esta frase se podría resumir la sensación que uno tiene al llegar a la última página de esta novela. Con eso y con la recomendación de leerlo en casa, para que uno pueda sonreír, y reír, de forma libre, sin sentirse observado.
La historia, como se ha podido comprobar, es sencilla: un joven debe huir de la ciudad porque teme las represalias que puede sufrir su encontronazo con un antidisturbios. La forma en que se plantea la escena y las reflexiones que hace el tío de Manuel, el narrador de la historia, ya apuntan el tono del libro: humor mezclado con una crítica política y social que a veces es sutil, pero otras veces es directamente sucia. No se anda con chiquitas. No pretende criticar de forma amable. A través de la voz del tío y de los comentarios de Manuel, recibimos un retrato de nuestro país, y de nuestra sociedad, que no es precisamente bonito. La gracia es que cada lector puede quedarse con una parte de la historia, de la crítica, con aquella que le motive más o con la que comulgue de forma más abierta.
Santiago Lorenzo nos plantea la imagen del individuo como náufrago en una sociedad depredadora y absurda, donde nos pasamos la vida acumulando necesidades, huyendo de la ciudad para disfrutar del campo con ordenadores, aparatos electrónicos y todas las posibles comodidades que, en el fondo, nacen de la ciudad. Como si hubiésemos vendido nuestra vida a los hombres grises de Momo, de Michael Ende, vamos consumiendo horas para disfrutar del tiempo libre, pero ¿qué tiempo queda?
Con una historia como esta, donde el argumento es quizás lo de menos, el autor se permite el lujo de explotar las reflexiones de sus protagonistas, y consigue un equilibrio curioso entre ese retrato ácido de nuestro mundo y, a su vez, una crítica también extraña del proceso de desprendimiento que sufre Manuel. Porque se desprende, se quita todas las capas, todas las etiquetas con las que nos vestimos el resto. Hasta que llega el momento de enfrentarse a la realidad, y vemos que, en el fondo, estamos todos hechos de la misma pasta, aunque cuando te has desprendido de ciertas cosas quizás los escrúpulos también se han perdido por el desagüe con el gel de baño.
Sin giros de guion, sin sobresaltos, sin tramas complejas que haya que desmontar para volver a construir, la historia avanza sosegada, como la vida de Manuel. Con una prosa magnífica, que juega con las palabras y sabe ser mordaz e irónica cuando es necesario, vamos llegando al final, con una resolución sencilla que sirve a su vez como resumen del alegato que se ha ido desgranando a través del libro.
Un libro inclasificable, pero, sobre todo, imprescindible.
Inés Macpherson
Reseña originalmente redactada para Anika Entre Libros