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La gatera, Males Herbes, Muriel Villanueva, NAvona Editorial, Nines
En abril de 2018, Navona Editorial decidió publicar en castellano La gatera, de Muriel Villanueva, una novela que nos habla de la pérdida, de la identidad sexual y del complejo mundo del yo y las relaciones personales.
La gatera nos explica cómo, tras la muerte de su abuela, Raquel recibe en herencia dos pisos simétricos en la ciudad. Luminosos, uno con un balcón que da a la calle y el otro con un pequeño patio lleno de plantas y un gato naranja, representan demasiado espacio para ella. Por eso decide alquilar uno de los pisos. Y se lo alquila a un misterioso artista cuyo nombre e indumentaria hacen que ciertos recuerdos del pasado vayan abriéndose camino en su mente.
Y mientras Raquel intenta llevar su vida con normalidad, disfrutando de la carrera, de Arnau y de las charlas con su vecina Mercè, ese pasado empieza llamar a la puerta. Cuando decide abrir una gatera entre los dos pisos para que el gato pueda visitarla, los recuerdos empiezan a aparecer, arañando las paredes y despertando el dolor de la pérdida y de todo lo callado, de todo lo reprimido.
Cuando uno llega al final de La gatera tiene la sensación de haber leído algo denso, pero no porque sea pesado o complejo, sino porque está escrito con una prosa palpable, con cuerpo, con volumen. Encontramos pequeñas poesías, pero en muchos momentos la prosa misma es poética, cargada de unas imágenes que no se desvanecen, sino que persisten, que tienen solidez y que demuestran una delicadeza y un dominio del lenguaje magnífico. Es una forma de escribir visual, hermosa, con una combinación sutil y salvaje que no te suelta.
La historia, como la prosa, tiene solidez. Entramos enseguida en el mundo de Raquel, en su mente, y deambulamos por el laberinto de su presente y su pasado, comprendiendo fragmentos, retazos que poco a poco se van uniendo para descubrir un viaje complejo y doloroso que nos habla de la identidad, de la sexualidad, de nuestra capacidad de relacionarnos con los demás, pero también con nosotros mismos. Y es a menudo en esta última relación, la que tenemos con ese yo que nos saluda en el espejo, donde reprimimos más cosas, donde nos ocultamos tras una máscara, o varias, para encajar, para ser algo que quizás no somos. Porque, a veces, es difícil saber quiénes somos o cómo sentimos, cómo amamos y nos amamos.
Los lugares por los que transita Raquel están descritos de tal manera que uno los hace propios. Y es que las descripciones, tanto las más prosaicas, que retratan el edificio o los lugares por los que pasea, como las más poéticas, reservadas sobre todo a Arnau, a su forma de ser hombre o a sus ojos, tienen una fuerza intensa. Y creo que es esa forma de describir, de hilvanar las fotografías que nos regala la autora del mundo de Raquel, lo que permite que podamos entrar mejor en su mente, en ese enjambre doloroso de sentimientos y recuerdos que se van abriendo, que van dejando a la vista las vísceras.
Esta es la segunda obra que leo de la autora. Su capacidad de ahondar en la psicología de los personajes, la forma en que sabe plasmar la complejidad de la identidad sexual, y de la identidad en todos los sentidos, también se puede ver en los extraordinarios relatos de Nines, publicados en catalán por la editorial Males Herbes. Dos obras muy distintas, pero que son una muestra clara de la contundente elegancia con la que sabe escribir Muriel Villanueva.
Inés Macpherson
Reseña original redactada para Anika Entre Libros