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Hace tiempo que Páginas de Espuma se ha convertido en una editorial de referencia para el mundo del relato. Con ediciones exhaustivas y extraordinarias de autores consagrados, como la dedicada a los cuentos de Edgar Allan Poe o los de Antón Chejov, y ediciones cuidadosas de autores actuales, son una apuesta segura para el amante del relato corto. Además, son los editores del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, un premio al que cada edición se presentan más autores. En 2015, Samanta Schweblin ganó dicho premio con una recopilación impresionante: Siete casas vacías.

Siete casas vacias

El título de esta recopilación nos hace pensar enseguida en uno de los protagonistas de los relatos: las casas. En algunos cuentos la presencia de la casa es más palpable que en otros, pero siempre está presente, su interior o lo que ocurre al otro lado, en la periferia, de las casas propias y las ajenas. Y es que las relaciones personales, normalmente, tienen un espacio acotado, un lugar en el que nacen, se enraízan, se rompen… Quizás por eso en muchos de los relatos nos encontramos precisamente con esas relaciones tan habituales en las casas: las de las familias, las filiales, o las propias, las que tiene uno mismo con la familia y su espacio. Pero la acción no siempre ocurre en dichas casas. A veces es en el jardín, en la puerta, en el rellano o en el coche… Por eso hablamos de casas vacías, aunque a veces ese vacío está habitado, y es la persona quien quiere salir, sin poder hacerlo, huir, vaciar el lugar de su presencia. También por eso, en algunos relatos nos enfrentamos a los silencios, a la intimidad, a las crisis personales o a la locura. Como la propia autora comentaba en una entrevista en InfobaeTV, hay un recorrido por la locura en sus relatos, pero no por la locura de los “locos”, sino por la de las personas sanas, las que están cansadas de «arrastrar siempre los mismos problemas, con los que han luchado y han probado miles de maneras de escapar y, de pronto, empiezan a probar nuevas alternativas».

Las escenas que suceden en las casas de «Nada de todo esto», el relato que inicia el libro, tienen un punto extraño, pero no en el sentido de sus relatos anteriores, como los que podíamos encontrar en Pájaros en la boca. Aquí hay algo más cercano, más palpable, menos fantástico. La extrañeza es más difusa, está más enlazada con la realidad emocional y mental de los personajes, haciendo que lo extraño no se sitúe tanto en la imperturbable reacción de los protagonistas como en la sutileza que subyace en lo que está ocurriendo. Nos extraña, pero de manera distinta, incomodándonos por lo humano que nos llama y nos observa.

En «Mis padres y mis hijos» vemos ese difícil universo que es el de la pareja divorciada, siempre con ganas de echar la culpa al otro, de encontrarle los defectos para arrancarle los ojos, o como mínimo la custodia. En este caso, una pareja divorciada se encuentra ante un pequeño problema: ella quiere que los hijos se queden con el padre, pero el padre no puede dejar a sus progenitores solos… ¿Por qué? Pues quizás porque en este preciso instante van corriendo desnudos por el jardín. Y la desnudez es algo espantoso, o al menos eso nos han hecho creer. El impudor, la desnudez, tanto de los cuerpos ancianos como de los cuerpos infantiles, implica una serie de cosas en el imaginario colectivo. Lo interesante de este relato es cómo la autora llega al final, cómo el horror que se ha ido tejiendo alrededor del suceso contrasta con lo que se ve al otro lado del cristal de la casa. Algo similar ocurre con el relato «El hombre sin suerte», donde una niña acompaña a sus padres y a su hermana al hospital por una intoxicación y debe prestar sus bombachas (bragas), que son blancas, para que su padre las pueda sacar por la ventana del coche y le dejen pasar más rápido. Lo que ocurre al llegar al hospital, la situación que se da en los grandes almacenes y que sólo el lector puede rellenar, pues la narración no lo dice, nos recuerda que, las historias, a menudo, están hechas de a dos: con el autor y el lector. Y en ese dúo reside lo fascinante, pues la autora juega con nuestro imaginario colectivo, con nuestra mente; dispone una serie de elementos que nos hacen presuponer, intuir. ¿Qué ocurre realmente? ¿El hecho es inocente o lo es sólo la niña, que ve el mundo con unos ojos distintos que los nuestros?

En la casa de «Para siempre en esta casa», una mujer vive la pesadilla de tener que recoger cada cierto tiempo la ropa del hijo muerto de sus vecinos. Es una especie de ritual aceptado, doloroso para ambas partes, que nos recuerda la dificultad de algunos duelos, de saber que hay que dejar algún espacio para que circule el aire. En cambio, en el relato «Cuarenta centímetros cuadrados» asistimos precisamente a lo contrario, a esa falta de aire, de espacio, no tanto porque el lugar en el que se lleve a cabo la acción sea pequeño, sino por el espacio que uno siente que ocupa en su vida, en el mundo, en relación con los demás. Este es uno de los relatos más hermosos de la recopilación, aunque no el más potente. Ese adjetivo cae sobre el relato más largo de todo el libro, «La respiración cavernaria». En esta historia poética y llena de simbolismo, asistimos a la narración en tercera persona de una mujer mayor que quiere morir porque tiene una respiración cavernosa. Ella tiene una lista de todo lo que debe ir haciendo para morirse. Sus recuerdos se entremezclan con la narración de manera sutil, dejando que intuyamos, revistiendo la vulnerabilidad que nos transmite de algo distinto, algo extraño y que nos inquieta. Con un final y unas reflexiones fascinantes, este cuento se adhiere al lector, ofreciendo una visión brutal de la obsesión, la culpa y el dolor a través de una voz narrativa increíble.

Acaba la recopilación «Salir», un extraño relato donde una mujer sale de casa en albornoz y se sube al coche de un hombre. La sensación que tenemos como lectores es que, tras haber transitado por realidades palpables, en este caso hay algo onírico, irreal y fascinante que nos extraña y nos acoge.

Como ya anuncié hace unos días, los cuentos de Samanta Schweblin se encontrarán con los de Ana María Matute en la próxima sesión de la #NoExpliqueu, en la librería Nollegiu. Será este miércoles 24, a las 19:30.

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¡Feliz lunes y felices lecturas!

Inés Macpherson