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Neill Blomkamp nos regaló con District 9 un primer largometraje interesante, con un trasfondo crítico y un buen guión. Elysium es su segundo largometraje y, de nuevo, vuelve a meter el dedo en la llaga. Porque Elysium puede ser una película de acción, puede tener una trama final muy mal planteada y un desenlace algo lamentable, pero es, ante todo, una alegoría sobre la realidad actual, sobre una sociedad donde la brecha entre los ricos y los pobres cada vez se abre más, en la que cada vez parece que los que explotan, especulan y estafan a la gente quedan impunes, se les premia y hasta se les aplaude; una sociedad en la que se pisotea al prójimo para mantener un estilo de vida, sin importar que estemos destruyendo el bienestar de familias, de ciudades o de países enteros, sin importar que estemos convirtiendo el planeta en un basurero estéril, explotando todos sus recursos sin pensar en el futuro, porque sólo nos importa nuestro estilo, nuestro bienestar; al resto, que les den. Esta es la premisa de Elysium, una vuelta de tuerca a una realidad palpable que el director y guionista Neil Blomkamp ha sabido llevar a un extremo distópico en el que los ricos han abandonado la tierra y viven en un paraíso artificial, mientras el resto de la humanidad es explotada para mantener ese estilo de vida perfecto del que ellos jamás podrán beneficiarse.

ElysiumPero, como a menudo pasa con estas películas, la acción devora la temática de fondo y acaba convirtiendo una buena idea en algo más plano de lo que debería ser. Podríamos decir que la primera hora de esta película está bien compensada y muy bien llevada. La presentación de los personajes y la diferencia de vida entre los que habitan la Tierra y los que habitan Elysium es impactante (una curiosidad: si vas a ver la película en versión original, descubres que en Los Ángeles muchos hablan en español, y en Elysium, algunos pijos hablan francés). El protagonista de esta historia, Max (interpretado por un correcto Matt Damon), es un niño que creció sin padres, soñando con vivir en Elysium y hacer algo grande con su vida, que ha acabado siendo un exconvicto que trabaja en una cadena de montaje y que sigue teniendo el mismo sueño, cada vez más lejano. Por otro lado tenemos a Delacourt (interpretada por Jodie Foster), una irritante Ministra de Defensa de Elysium que es de todo menos comprensiva. Ambos personajes están bien trazados y la acción, hasta cierto punto, también está bien llevada. Pero, de repente, hay un giro absurdo en el guión, y personajes planos que parecían no tener ningún papel principal toman una importancia absurda, llevando la acción a extremos ridículos y desaprovechando a la maquiavélica Jodie Foster, que queda relegada a un segundo, por no decir último, plano.

Sin embargo, más allá de los fallos en el guión, de las resoluciones planas y algo absurdas de ciertos aspectos de la trama y de alguna que otra situación poco creíble, Elysium es una de esas películas que te hace pensar, de la misma manera que lo hicieron films como La isla o Minority Report, ambas con muy buenas ideas pero muy mal resueltas. Y es que a veces es interesante ir más allá de la película misma y tomar prestadas las preguntas que te lanza para darle un poco al coco. En la película de Spilberg, la existencia de los precocs y de la posibilidad de detener a los criminales antes de que cometieran el crimen planteaba una duda filosófica fascinante sobre el libre albedrío, sobre la capacidad de los seres humanos de tomar decisiones: ¿y si al final el criminal se arrepiente en el último momento y no comete el crimen? Si lo detienes antes, ¿cómo sabes lo que podría haber decidido? ¿Es culpable alguien sólo por pensar en cometer un crimen o hay que esperar a que lo cometa? Y la pregunta que más veces se utiliza en estos casos: ¿harías que los padres de un dictador y genocida como Hitler no se conocieran o no nacieran para que él no llegara al mundo? En el caso de La isla, Michael Bay nos planteaba una horrible realidad donde se acababa con la vida de seres humanos para poder dar un órgano en buen estado a otro ser humano que había pagado por él. Su sociedad era una que vivía de espaldas a la realidad: por desgracia, el cuerpo envejece, enferma, y muere. En esa sociedad, solo los ricos podían permitirse un clon para mejorar su vida o para conseguir el hijo que ellos no podían tener. Algo parecido ocurre en Elysium: solo los ricos tienen derecho a tratamientos médicos de última generación que pueden vencer todas las enfermedades (incluso algunos males que parecen imposibles de curar y que no desvelaremos porque forma parte de los minutos finales de la película y es una de esas escenas absurdas que vale la pena ver sin saber nada). Pero no es la única injusticia que plantea el guión de Neill Blomkamp, ni la única pregunta que uno se puede plantear al salir del cine.

Quizás no sea una gran película, ni esté a la altura de District 9, pero está claro que a este director le gusta plantear guiones donde observar una parte de nuestra sociedad llevada al extremo, quizás con la intención de que alguien piense en alguna otra alternativa que impida llegar precisamente a un extremo tan trágico. No digo que vaya a existir un Elysium fuera de la Tierra como en la película, pero sí habría que empezar a preguntarse a dónde va nuestra sociedad y a dónde queremos nosotros que realmente vaya.