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Ya hace tiempo que voy viendo por las librerías el sugerente título de la primera novela negra de Toni Hill: El verano de los juguetes muertos (Debolsillo). Por fin he conseguido leerlo y debo decir que no me ha decepcionado. Es una de esas novelas policiacas y de suspense cuya atmósfera y trama atrapan a la primera. Insisto, sólo con ver la portada ya tenía ganas de sumergirme en sus páginas… Y no he podido soltarlo.

ARGUMENTO

Cuando el inspector Héctor Salgado vuelve de sus semanas de descanso – su jefe, el comisario Savall, le ha sugerido que se vaya una temporada para no estar en el ojo del huracán que Salgado ha creado tras apalizar al doctor Omar, un sospechoso de llevar una red de prostitución ilegal – se encuentra con dos casos muy distintos. Por un lado, la desaparición de el doctor Omar, y por otro lado, el supuesto accidente que acabó con la muerte de un joven barcelonés de veinte años llamado Marc Castells. Movido por la inquietud de la madre del joven, el comisario Savall le pide a Salgado que investigue el caso del joven, para mantenerlo alejado del caso de Omar, que se va complicando cada vez más.
Lentamente, lo que debía ser una investigación extraoficial para cerrar un caso que sólo podía acabar siendo un suicidio o un fatal accidente, se convierte en una investigación mucho más compleja. Tirando de diversos hilos, el inspector Salgado y la agente Leire Castro descubren una trama que se remonta en el tiempo y que se sumerge en el entramado social de la clase burguesa de la ciudad, siempre dispuesta a tapar los trapos sucios, por muy sucios que sean.
Una novela sobre la familia y la culpa, sobre la justicia y la redención, sobre el dolor olvidado y la necesidad de destapar la verdad: una mezcla que a veces puede resultar peligrosa para aquellos que la intentan manejar.

OPINIÓN

«Las culpas no se expian, se cargan» dice Joana Vidal, la madre de Marc Castells. Y cuando uno llega al punto final del libro se da cuenta de que es cierto, pero no sólo en relación a las culpas, sino también a los recuerdos olvidados, guardados en el rincón más profundo de la mente; sobre todo si esos recuerdos rememoran el cuerpo sin vida de una niña, flotando en una piscina, rodeada de muñecas.

Esa es la primera imagen que encontramos al abrir el libro: el de una niña muerta en la piscina. ¿Quién lo recuerda? ¿Y por qué ahora? Esas son las preguntas que se formula el lector y que, lentamente, se irán resolviendo, junto a todas las otras incógnitas que Toni Hill sabe diseminar a la perfección entre las páginas de su primera novela negra y a las que responde a su debido tiempo, con la precisión de un relojero que sabe perfectamente cuál es el momento adecuado para revelar un descubrimiento o sembrar la duda en los protagonistas… y en el lector.

El verano de los juguetes muertos es una novela plural. Junto al protagonista, el inspector Héctor Salgado, encontramos a diversos personajes, cada uno con sus profundidades, sus dilemas, sus miedos y sus sueños… y por supuesto, también con sus secretos. El comisario Savall, un buen jefe y mejor amigo de Salgado, a quien intenta proteger tras el incidente con el doctor Omar; Martina Andreu, inspectora y amiga de Salgado, quien se verá enfrentada ante el arduo trabajo que supone descubrir la verdad oculta en la supuesta verdad de unas pruebas que quizás no dicen todo lo que saben. También tenemos a la agente Leire Castro, una mujer con una mente y una intuición birllante que acompañará a Salgado en el tortuoso camino de desenredar la tramposa red que oculta la verdad sobre la muerte de Marc Castells. Y, por supuesto, el elenco de familiares y amigos del joven Castells: todos ellos impecables, educados y forrados de dinero. La perfecta mezcla de seguridad y prepotencia que hace que todos crean que están por encima del resto del mundo. Pero ¿están por encima de la justicia?

Escrita de tal manera que el lector puede ir siguiendo a cada uno de los personajes que aparecen, conociendo sus pensamientos, dudas y averiguaciones, El verano de los juguetes muertos sabe cómo crear una atmósfera de tensión sin ahogar al lector. Intrigado, uno va avanzando, preocupado por saber por qué Héctor Salgado puede desatar la ira que descargó contra el doctor Omar, intentando comprender qué ha sido de ese oscuro personaje, por qué ha desaparecido, e intentando a su vez comprender qué ocultan los jóvenes amigos de Marc Castells, Aleix Roviera y Gina Martí, cuál era el plan de Marc y qué pretendía con él. Envuelto por las distintas voces de los personajes, el lector se va creando un puzle con las mismas piezas que tienen los inspectores, para descubrir una trama perfectamente hilvanada, que estira hacia el pasado hasta llegar al presente; un presente donde se destapan las pasiones humanas, tanto las buenas como las malas, desde la necesidad de cariño hasta la rabia incontrolable o el abuso contra los más débiles.

El verano de los juguetes muertos es, en definitiva, una novela redonda, tanto en su trama como en el diseño de sus personajes. En cierto sentido, y salvando las distancias, me recuerda a otra gran obra de la novela negra española, Ojos de agua, de Domingo Villar (Sireula), otra gran muestra de como, en pocas páginas y con escenarios sencillos y cercanos, se puede crear una trama impecable y unos personajes memorables. Y todo ello sin olvidar la precisión del lenguaje, que sabe medir la descripción y el diálogo con la acción para crear una narración bien templada.

La ira, la culpa, la venganza, el sentimiento de superioridad, la falta de escrúpulos o los remordimientos son algunos de los sentimientos humanos que Toni Hill desgrana a buen ritmo por estas páginas por las que el lector puede deslizarse fácilmente. En definitiva, una buena novela negra que ahonda no sólo en los crímenes en los que trabajan los inspectores, sino que también se adentra en las entrañas de casi todos sus personajes, para dejar a la luz las sombras que algunos mantienen a buen recaudo, aunque a veces se escapen.